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424 J. MICÓ tar con la seguridad y la satisfacción de tener un «santo» entre los suyos. La imagen cultual que la Orden cultivará posteriormente es la de un Francisco capaz de aportar a la sociedad unos valores evangélicos que no cuestionen de forma radical la imagen que se tiene del hombre y el modo de ponerse a su servicio. 2. PROPUESTAS DE LA FRATERNIDAD La Fraternidad, siguiendo los pasos de Francisco, se colocó al margen de la sociedad establecida para vivir el Evangelio con más radicalidad. Esto supuso el ser rechazados por ella como un elemento distorsio– nante de sus valores y propuestas. La primitiva Fraternidad se planteó cómo distanciarse de esa socie– dad organizada en torno a tantas ambigüedades; cómo vivir «de distinta manera», integrando en su forma de vida la lucha de Jesús contra la inJ1,1sticia, para que floreciera el Reino; cómo vivir una fraternidad hu– mana regida, en lo posible, por las bienaventuranzas. Pero una Fraternidad que decide tomar distancias frente al mal debe ser capaz de analizarlo para saber y poder nombrarlo. En este sentido, la Fraternidad adoptó una serie de actitudes que, sin pretender directa– mente provocar a la sociedad, pusieron en crisis su bondad incontes– table. a) Aunque es verdad que la sociedad medieval era formalmente reli– giosa, ese mismo formalismo le impedía tomar en serio las exigencias éticas del Evangelio, utilizando a Dios como una superestructura que justificaba todas las ambiciones de su despertar adolescente. La fe se diluía en una religiosidad incapaz de dar vespuestas radicales, asegurando así la imagen de un Dios cómplice que bendecía los atropellos que, en nombre de la ley, se hacían al hombre. El Dios de Jesús, exigente en cuanto bondadoso, se convertía en un ídolo al que se puede dominar para que no perturbe el orden establecido. La Fraternidad, por el contrario, ofrece un modo de convivencia an– clado fundamentalmente en Dios y abierto de mil formas en la búsqueda de su voluntad manifestada en Cristo, sabedora de que sólo así podía alcanzar su plenitud humana. El Dios que Francisco ofrece a los suyos es el todopoderoso que es capaz de conducir al hombre por la senda del amor hasta la meta de la plenitud. Por eso, ni le coarta ni condiciona su libertad, dejándole en su imprevisibilidad, porque sabe y confía en su buen hacer. A los hermanos sólo les toca abrirse a SI y buscarle con

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