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HIJOS DE DIOS, HERMANOS DE LOS HOMBRES 423 quererlo, en una situación adversa frente a los poderes del mal enquis– tado en Ia sociedad. Esto es así porque el decidirse a entrar en el Reino que Jesús anunció, vivió y por el que murió, debe llevar irremisiblemente a luchar contra el mal que entorpece la realización de la buena noticia de que Dios nos ama a todos. Si creemos en un Dios que no es indiferente a los sufrimientos que lleva consigo el mal, y una prueba de ello es que Jesús adoptó la condi– ción de un oprimido hasta el punto de verse finalmente, por su solida– ridad, condenado a muerte en cruz, nuestro seguimiento debe pasar el mismo camino de liberación que Él recorrió. Un camino que no com– promete sólo a la interioridad de la persona sino también a toda la estructura social. l. EL CAMINO DE FRANCISCO Francisco había acumulado la suficiente experiencia como para saber del mal y sus consecuencias. Por eso, una vez que el Señor le puso en el camino de la conversión penitencial (Test 1), le fue imposible seguir viviendo en una sociedad .que ahogaba su deseo de organizarse según las bienaventuranzas evangélicas. Francisco, al abandonar el «mundo», no hizo otra cosa que tomar distancia frente al mal que s.e ocultaba en la nueva sociedad en formación. Pero este alejamiento no suponía des– interés alguno; al contrario, se trataba de formar un modelo de vida, la Fraternidad, que se inspirase en el Evangelio y fuese una alternativa válida a los distintos modelos sociales que la sociedad estaba produciendo con vistas a encontrar una forma nueva de ser y sentirse hombre. El hablar de alternativa a los modelos sociales no quiere decir que Francisco intentara un cambio sociopolítico distinto del que se estaba realizando. Él mismo había participado en su consolidación y no veía otra posibilidad mejor. Su aportación consiste en ofrecer una crítica constante desde los valores evangélicos, para no caer en la trampa de considerarlo bueno en sí mismo. Él sabía que la Fraternidad no era la panacea que pudiera sustituir a las organizaciones sociopolíticas. Pero sí que podía ser el revulsivo que les hiciera reflexionar sobre el modo de ejercer su servicio a la sociedad, supuesta la imbricación entre lo religioso y lo social. El camino de Francisco como cuestionador, en nombre del Evangelio, de los valores sociales, tuvo el mismo destino que el de la Fraternidad. Imposible de asimilar en su radicalidad, se le «recuperará» dentro de un esquema hagiográfico, donde la nueva sociedad burguesa pueda con-

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