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HIJOS DE DIOS, HER.i.\1ANOS DE LOS HOMBRES 421 una organizac1on de la Fraternidad que evidencia la responsabilidad de todos, los Ministros y los que no lo son, en la realización del proyecto evangélico emprendido. Ni los Ministros pueden ir más allá de lo prome– tido al Señor en la Regla, ni los otros deben quedarse más acá. Unos y otros deben revisar continuamente su propia actitud para crecer en fidelidad a las exigencias evangélicas. Ni cualquier tipo de autoridad ni cualquier forma de obediencia son capaces, por sí mismas, de crear Fraternidad. La responsabilidad de todos los hermanos en la buena marcha del grupo excluye cualquier rela– ción de tipo paterno-filial. Sin embargo, Francisco sí que acepta las relaciones materno-filiales (1 R 9, lOs; 2 R 6, 8; CtaL 2). Los motivos no son de tipo sentimental sino teológico. La actitud paterna representaba, y aún representa, el poder como fuerza de actuación, mientras que la materna expresa la autoridad hecha ternura. La imagen de Dios que nos ofrece lesús en los Evangelios, lejos de ser la de una divinidad tronante y amenazadora, es la de un Padre que nos manifiesta su amor desde la debilidad humana del Hijo. Su poder radica en la capacidad de ha– cerse pequeño, encarnándose en la fragilidad humana y continuando esta humilde presencia en el pan y el vino eucarísticos (Adm 1, 9-20). Esta especie de poder impotente es el que define la autoridad del Padre y el que Jesús propone como norma del Reino para todos los que quieran entrar en esa gran familia de hermanos. La autoridad es nece– saria para fraguar la unidad y vitalidad de cualquier grupo; pero entre los seguidores de Jesús debe estar desprovista de todo poder dominativo que rompa y deteriore la igualdad fraterna. El modelo materno-filial que nos propone Francisco realiza la doble responsabilidad que debe alentar en las relaciones entre los hermanos. Por una parte, la autoridad debe ejercerse sin poder y con ternura, como la de una madre. Por otra, la obediencia debe realizarse sin las reti– cencias y los prejuicios que la convierten en un acto servil; es decir, desde la confianza absoluta del niño que no duda del amor de su madre. Esta relación no excluye el ejercer la responsabilidad desde la crítica lúcida de nuestra condición de adultos. La autoridad deberá ser lo sufi– cientemente fuerte para poder cumplir el servicio de unidad que los hermanos le han encomendado; y la obediencia lo suficientemente gene– rosa como para poder pedir explicaciones y controlar el ejercicio de la autoridad. En todo este camino fraterno de fidelidad al Evangelio se impone la práctica del discernimiento como el único modo posible de crear una Fraternidad donde la autoridad y la obediencia vayan juntas en una misma dirección: ser fieles al proyecto fraterno del Reino.
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