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420 J. MICÓ fiel a su proyecto evangélico de vida o Regla. Más que un guardián de la autoridad entendida como poder impuesto, es el procurador de que algo tan esencial como es el Evangelio, por cuanto configura al grupo, no quede diluido en una vida irresponsable, sin mordiente ni fuerza para provocar la conversión. Más que representantes de Dios, son servidores de los hermanos en el mantenimiento de su fidelidad. Por eso, más que instituciones vitali– cias, son funciones temporales, para que no se apeguen al cargo y lo conviertan en feudo de su poder autoritario. La funcionalidad de este servicio queda patente por la facilidad con que se le puede destituir. Cuando un Guardián no ejerce de forma adecuada su ministerio fraterno, se le cambia por otro. La imagen que tiene Francisco de los Guardianes no deja de ser me– dieval. En el Testamento expresa con firmeza su voluntad de obedecer al Ministro general y al Guardián que quiera darle, poniéndose en sus manos como un cautivo, de tal modo que no pueda ir ni hacer nada fuera de la obediencia y su voluntad. La razón de esta disponibihdad tan absoluta es que lo considera su Señor (Test 27s). Los comentaristas hacen una trasposición inmediata al señorío de Cristo, pero yo creo que en el camino habría que tener también presente al señor feudal. El grupo franciscano nace con la contradicción de pre– tender seguir a Jesús desde la fragilidad humana. De ahí que aspire a realizaciones sublimes, como es vivir el Evangelio desde la Fraternidad, con actitudes y criterios que dificultan, si es que no hacen imposible, su vivencia radical. 6. AUTORIDAD Y OBEDIENCIA Las relaciones que hacen posible el mantenimiento de la Fraternidad como estructura son la autoridad y la obediencia. Del talante con que se ejerza esta autoridad y se realice la obediencia depende que el grupo sea Fraternidad o no. El punto referencial al que mira todo servicio en la Fraternidad es el proyecto evangélico cristalizado en la Regla y que todos los hermanos han prometido seguir. La tradición monástica y sociorreligiosa había vaciado esta apertura servicial al Evangelio en unos moldes de absoluta dependencia feudal y verticalista, que hacían de la obediencia una inmo– lación de la propia persona al superior, entendido como sacramento exclusivo de la voluntad divina. Francisco, aunque participaba de esta concepción tradicional, ofrece

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