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412 J. MICÓ para él hermanos a los que debe servir (2CtaF l. 2). Pero más allá de las personas, todas las restantes criaturas son también un don que las convierte en hermanas (Cánt). A Francisco se le conoce por su amor y respeto a la naturaleza, has.ta el punto de ser actual como prototipo ecológico. Sin embargo, hay que tener en cuenta que su visión de la naturaleza, como hombre medieval, era muy distinta de la nuestra. Por una parte, el mundo era considerado en el Medievo como un todo cerrado, inmutable, perfectamente orde– nado, que tenía al hombre como centro. Mientras que, por otra, por su condición religiosa, se veía en Dios el fundamento de toda la crea– ción. Aunque la naturaleza había perdido ya su carácter sagrado, todavía conservaba cierto misterio. La reacción ante esta naturaleza, muchas veces hostil, adoptaba la forma de un desprecio del mundo que podía llevar a excesos incomprensibles para nosotros. Sin llegar a tanto, podría– mos decir que la naturaleza, para los medievales, no tenía valor propio sino que í.o recibía de su relación con Dios, haciéndose sacramento de valores. eternos. Es curioso que Francisco sólo hable directamente de la naturaleza en el Cántico, hasta el punto que, de no existir este poema, difícilmente hubiéramos podido adivinar en el Santo a un hombre con sensibilidad fraterna hacía las criaturas. Han tenido que ser los biógrafos los que nos desvelaran esta faceta suya, con el agravante de cierta sospecha por cuanto estos biógrafos podían haber utilizado el mito hagiográfico de la vuelta del santo al estado original de armonía con la naturaleza. Sin embargo, no cabe pensar en una simple invención -ahí está el Cántico-, aunque sí en una ampliación del tema al entrar Francisco en la espiral progresiva del culto. Por debajo de las numerosas descripciones que los biógrafos hacen de las relaciones fraternas de Francisco con la naturaleza, hay un poso de realismo que parece evidenciar la extensión de su amor no sólo a los hombres sino también a los mudos y brutos animales, reptiles, aves y demás criaturas sensibles e insensibles (1 Cel 77. 80. 81; 2 Cel 165-171; LM 8, 1-9, 1; LP 86f. 88). Gozaba viendo el sol, mirando la luna y contemplando las estrellas y el firm.amento, sentía ternura por los gusanillos, hasta el punto de apartarlos del camino para que no los aplastaran los transeúntes. Hacía que a las abejas les sirvieran miel o buen vino en invierno para que no murieran de frío. Estallaba de alegría al contemplar la belleza de las flores, la galanura de sus formas y la fragancia de sus aromas. Y, al encontrarse en presencia de muchas flores, les predicaba, invitándolas a
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