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HIJOS DE DIOS, HERMANOS DE LOS HOMBRES 407 eso trata de superar estas tendencias antievangélicas, presentando los valores opuestos. De este modo advierte a los hermanos que se guarden de calumniar y de contender de palabra; más bien, empéñense en callar, siempre que Dios les dé la gracia. Ni litiguen entre sí ni con otros, sino procuren responder humildemente, diciendo: soy un siervo inútil. Y no se aíren, porque todo el que se deja llevar de la ira contra su hermano será condenad.o en juicio. A nadie insulten; no murmuren ni difamen a otros, porque está escrito: Los murmuradores y difamadores son odiosos para Dios. Y sean mesurados, mostrando una total mansedumbre para con todos los hombres; no juzguen, no condenen. Y, como dice el Señor, no reparen en los pecados más pequeños de los otros, sino, más bien, >:ecapaciten en los propios, en la amargura de su alma (1 R 11, 1-12). Todas estas miserias humanas forman parte también de la realidad fraterna; pretender ignorarlas es evadirse de la realidad para no tener que esforzarse en superarlas. Hay que plantearlas con claridad y no reser– varlas para ese oscuro material que alimenta las críticas, pues entonces no se está amando al hermano (Adm 25) ni se le intenta acoger. Y en la Fraternidad todos tenemos necesidad de ser acogidos como expresión de que el Padre nos acoge en Jesús. La Carta a Fr. León es un ejemplo de esta aceptación fraterna en los momentos difíciles. Fr. León debía sufrir de escrúpulos; no se sentía lo suficientemente seguro para decidirse en sus actuaciones. Francisco le responde lo que, seguramente, le había dicho muchas veces: que se comporte como mejor le parezca que agrada al Señor, siguiendo sus huellas y pobreza (CtaL 1-4). El amor fraterno también debe abarcar estas zonas. Aceptarlas con naturali.dad y apoyarnos unos a otros con una actitud sanante puede hacer viable la marcha de la Fraternidad, ya que, de no abordarlo con realismo, se puede convertir en un problema que imposibilite una rela– ción fraterna fecunda y luminosa. g) Acoger al que peoa Otra situación especial en la que se puede poner a prueba el amor fraterno es cuando un hermano peca. Es decir, cuando su actitud es incoherente con la opción de vivir el Evangelio. En tal caso el amor des– aconseja el enfado y el chismorreo inútiles (1 R 5, 7s; Adm 21, 2s), ya que lo eficaz es ayudarle a percibir la situación, no colocándose en una posición de juez, sino de hermanos interesados en que el problema se resuelva en bien para todos. La realidad con la que debemos contar es que todos somos pecadores y, por tanto, inclinados al mal. Y no de una forma superficial, sino que nuestra maldad sale de dentro, del corazón

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