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406 J. MICÓ la teología del enfermo dentro de la Fraternidad. En él se descubre, por una parte, la atención que le deben prestar los hermanos, quedán– dose con él para cuidarlo o, si es grave, encomendándolo a una persona de confianza para que lo atienda. Pero el enfermo tampoco puede abusar de estas atenciones. Enfermo y todo sigue siendo uno de los hermanos que han optado por la vida evangélica y, por tanto, tiene que seguir sieüdo consecuente con su opción, manteniendo una apertura gozosa ante las cosas y su Creador, sin pretender convertirse en el centro de todo; una actitud egoísta que no es propia del hermano menor .(1 R 10, 1-4). En el amor a los enfermos Francisco parte, como en otras ocasiones, de la realidad. Es al hombre concreto, con todas las circunstancias que rodean al enfermo, al que hay que amar. Por eso insiste en la delicadeza con que se les ha de tratar, proponiendo una meta evangélica que, por evidente, no ha de ser menos eficaz: Servirles de la misma forma que a nosotro~ nos gustaría que nos sirvieran (2 R 6, 10). f) Aceptar las debz'lidades personales En la Fraternidad hay que admitir con lucidez que no se trata de uu grupo de perfectos sino que todos, en mayor o menor medida, tene– mos fallos y debilidades. Es decir, que la psicología humana, tan compli– cada ella, no se sana por el hecho voluntarista de querer vivir con hon– radez unas relaciones fraternas más abiertas y humanizantes. Siempre quedan zonas oscuras que se resisten, voluntaria o involuntariamente, a ser iluminadas y que, por tanto, constituyen la cruz del individuo y del grupo. La primitiva Fraternidad es un ejemplo de la diversidad de caracteres y niveles que conformaban el grupo, a pesar de tener un mismo objetivo. Los primeros fervores de conversos podían paliar las deficiencias y los enfrentamientos a causa de la diversidad de caracteres; pero con el ti"'°-PO y la inclusión de la rutina en sus vidas, era imposible ignorar que existían y que había que hacerles frente. Debido a la visión sacrali– zante que se tenía de la realidad, los fallos e incompatibilidades psicoló– gicas se colocan en el marco de la religiosidad ascética, confiriéndoles una carga, si no de pecado, al menos de imperfección. Francisco es consciente de estas limitaciones personales, y en su orga– nización de la Fraternidad pone en guardia sobre los peligros que pueden amenazar sus relaciones fraternas. Así, en la Regla no bulada, desgrana una serie de actitudes negativas que, por sí mismas, pueden destrozar el proyecto fraterno de vivir el Evangelio. Con esto refleja su experiencia de que la Fraternidad, más que de perfectos, está formada por un grupo de penitentes que intentan seguir a Jesús convirtiéndose a su Reino. Por

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