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HIJOS DE DIOS, HERMANOS DE LOS HOMBRES 405 Como ejemplo de esta actitud traen la anécdota del fraile que, al ver a su hermano ser apedreado por un loco, no duda en ponerse delante con el fin de parar con su cuerpo las piedras (TC 42). El término «espiritual» puede ser desvirtuado si se desliga del con– junto de la vida que llevaban los hermanos. Desprovistos de toda segu– ridad material con que hacer frente a la vida, el único apoyo es el her– mano que materialice la providencia y la vigilancia de Dios sobre sus hijos. Esta preocupación material por el hermano suponía la infraestruc– tura de la Fraternidad. Todo esto era necesario, ya que si un grupo no dispone de ese ámbito afectivo que le permita experimentar lo que es el amor y la solicitud de unos para con otros no puede madurar espiri– tualmente. La Regla de 1221 describe con verosimilitud la necesidad que tenían los hermanos de cultivar el afecto entre ellos. Al hablar, en el capí– tulo Vll, de la afabilidad con que deben acoger a todo tipo de personas, les advierte que «dondequiera que estén o en cualquier lugar en que se encuentren unos con otros, los hermanos deben tratarse espiritual y amorosamente y honrarse mutuamente sin murmuración. Y guárdense de mostrarse tristes exteriormente o hipócritamente ceñudos; muéstrense, más bien, gozosos en el Señor y alegres y debidamente agradables» (1 R 7, 15s). Eso explica que todo en la Fraternidad deba estar en función de los hermano$, puesto que el crecimiento egoísta es una falsa ilusión que no responde a la realidad. El hermano crece en la medida en que ayuda a crecer a los demás, ya que así potencia una serie de relaciones mutuas que, en definitiva, también recaen sobre él. Por eso la apropiación, tanto a nivel colectivo como individual, es una actitud antifraterna. En la Fra– ternidad todo debe ser de todos; o, mejor, del que lo necesita; de ahí que el trabajo y la limosna, como medios de aportar lo necesario a la Fraternidad, no pueden entenderse de un modo egoísta y particularizado (2 R 5, 3). e) Los enfermos Pero donde mejor se muestra el amor profundo y desinteresado es en el servicio a los enfermos. El que ama a su hermano enfermo más que cuando está sano es que ha comprendido que las personas no son ningún medio para que nos sirvamos de ellas y las utilicemos (Adro 24). El en– fermo, por cuanto nos necesita, se convierte en el centro de atención de la Fraternidad. Ante su requerimiento pierden fuerza todas las otras normas, aunque sean las del ayuno (2 Cel 175s). La Regla no bulada dedica todo un capítulo a lo que podríamos llamar

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