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404 J. MICÓ Francisco captó esta necesidad de amor desde la igualdad, desde el servicio menor (1 R 5, 13-15), tejiendo una Fraternidad que, por estar remitida a la reciprocidad personal y no a una institución o lugar, tenía que cubrir las necesidades básicas del amor en todas sus gamas, las psicológicas y las materiales. En esto se debe mostrar y demostrar que los hermanos están dispuestos a poner en práctica las exigencias del Reino que Jesús anunció en su Evangelio. La preocupación por asegurar lo necesario para la vida no se circuns– cribe a la propia persona, sino «para sí y para los demás», es decir, a toda la Fraternidad. Su opción pobre les aboca al trabajo como medio de subsistencia. Por eso, y como remuneración, podrán aceptar para sí y para sus hermanos las cosas necesarias para la vida corporal (2 R 5, 3). Cuando Francisco habla de la responsabilidad afectiva de los her– manos es claro y contundente: «En cualquier lugar donde estén y se encuentren unos con otros los hermanos, compórtense mutuamente con familiaridad entre sí. Y exponga confiadamente el uno al otro su nece– sidad, porque si la madre nutre y quiere a su hijo carnal, ¿cuánto más amorosamente debe cada uno querer y nutrir a su hermano espiritual?» (2 R 6, 8; 1 R 9, 11). Con este ejemplo Francisco no pretende construir las relaciones fraternas sobre el cañamazo de las familiares. La Frater– nidad no es una familia en sentido natural, sino un grupo que se reúne a la voz del Espíritu para seguir las huellas de Jesús según la forma del santo Evangelio; de ahí que hable de «hermanos espirituales», no porque quiera unas relaciones desencarnadas, sino porque cree que si es el Espíritu de Jesús el que reúne y une a la Fraternidad, este lazo es más íntimo que el lazo natural más fuerte, como puede ser el afecto de la madre a su hijo. d) Si falta el amor... Pero decir que los vínculos fraternos deben ser f-tiertes por ser espiri– tuales no equivale a afirmar que las relaciones deban ser frías y sin afecto, La descripción que hace Celano, aunque un poco estereotipada, del amor que anima al grupo de los primeros compañeros en sus encuen– tros dista mucho de ser un simple sentimiento espiritual. Allí se habla de besos y abrazos, risas y alegrías (1 Cel 38). Los Tres Compañeros refuerzan esta descripción al decir que el amor con que se amaban unos a otros era tan íntimo, que se ayudaban y daban de comer mutuamente como una madre a su hijo único. El amor que les unía era tan entra– ñable que les parecía lógico llegar, incluso, a dar la vida no sólo por el nombre de Cristo sino también por salvar a sus hermanos (TC 41).

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