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«CON LIMPIO CORAZÓN Y CASTO CUERPO» 53 una época no se corresponden siempre con las enseñanzas de los teó– logos y moralistas. Un índice del poco aprecio que se tenía al ideal cris– tiano de la castidad fue el progresivo aumento del «nicolaísmo» en los siglos x y XI, al que la reforma gregoriana tuvo que hacer frente. El concilio de Bourges, en 1031, excluye de las órdenes a los hijos de sacerdotes y diáconos, y prohíbe tomar por esposa a la hija de la «mujer» de un sacerdote o diácono. Treinta años más tarde, los obispos reunidos en Liskux repetían todavía a los canónigos que debían expulsar a sus compañeras; pero, desalentados, autorizan a los clérigos rurales a con– servar la suya. Era preciso volver constantemente a la carga, agotarse sin éxito ante resistencias obstinadas. Ha quedado muy poco de lo que escribieron aquellos que, en la Igle– sia, sostenían lo contrario, porque finalmente fueron vencidos. Pero en estos restos :;e aprecian los argumentos de los contradictores. La conti– nencia, decían, es un don de la gracia. Por tanto, no se debe im!poner ni forzar a las gentes a ser puros. Citando a S. Pablo hablaban del matri– monio como de un remedio contra la concupiscencia. ¿Por qué negárselo, pues, a los sacerdotes? Los simples fieles no ponían este tipo de argumentos, pero en su vida pri•.rada se regían por una moral que no coincidía necesariamente con la enseñada por la Iglesia. Dadas las trabas sexuales que se ponían a la recepción del sacramento de la eucaristía, optaron por no acercarse a ella más que una sola vez al año, y esto a base de mucho control por parte del párroco. Otro aspecto que reafirma esta doble moral sexual de los laicos es la existencia de un número considerable de prostitutas, lo que llevó a algunos predicadores itinerantes a formar monasterios para recogerlas. La castidad aparece ·en el Medioevo como un ideal altísimo al que, muchas veces, no se corresponde la realidad. Con el fin de analizarlo un poco ordenadamente, lo agruparemos en tres niveles: el clerical, el laico y el de los herejes. a) La castidad monástica y clerical La castidad medieval, principalmente la monástica, estaba determinada en el fondo por la imagen que se tenía de la mujer. Una imagen dispar en la que se fundía su condición de santa y de pecadora. No es casual el desarrollo espectacular de la devoción a la Virgen hasta límites insos– pechados. En María se ve a la mujer santa que nos trae la salvación al darnos a su Hijo. Por ello se le tributa un culto que es reflejo del apa– sionamiento del amor cortés; un amor que ama desde la distancia y el respeto al sustituir la imagen real de la mujer por otra ideal.

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