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52 J. MICÓ siendo necesariamente pecado, falta poco para que esta impureza alcance al menos el pecado venial. Con este tipo de moralidad se llega, hacia finales del período patrístico, incluso a prohibir a los esposos el acceso a la co1mmión después de haber realizado el acto conyugal, aun con la intención de procrear. La conciencia de que lo sexual mancha y, por tanto, hace impuros a los que la practican se mantuvo mucho más allá de la época de los Santos Padres, dominando toda la Edad Media. Los motivos hay que buscarlos en las tres grandes corrientes doctrinales de la antigüedad grecorromana, las cuales contribuyeron a que aparecieran en muchas partes groseras concepciones de la virginidad Y, por contraposición, de la sexualidad: 1) La teoría ,platónica-filónioa de los dos mundos, según la cua:l es bueno lo espiritual y malo lo corporal; 2) la doctrina estoica sobre los afectos, la cual pone de relieve que todo acto sexual se opone diametralmente a la virtud cardinal de la «ataraxía»; 3) el intelectualismo ético de Aristó– teles, que desacredita el matrimonio como «menos bueno» a causa de la «iactura mentís» o pérdida de la razón que se produce en el acto con– yugal. Todas estas doctrinas darán cuerpo a la virtud evangélica de la cas– tidad, confiriéndole un aspecto evasivo y angélico por miedo a ensuciarla si se la relacionaba con la carne. Tanto los Santos Padres como los teó– logos y pastores medievales pensaron, escribieron y predicaron la cas– tidad desde estos presupuestos ideológicos. 2. LA CASTllJAlJ EN LA ÉPOCA MEDIEVAL A la hora de documentarse sobre cómo entendían la castidad en la Edad Media, hay que tener en cuenta que los únicos que escribían sobre ella eran los clérigos; y su mentalidad se refleja en sus escritos. Además, todo el pensamiento medieval, también en lo referente a la castidad, está determinado por lo religioso. Por lo tanto, los grandes pensadores que marcarán las pautas sobre la conducta sexual serán los teólogos. Estos teólogos, por otra parte, no hacen más que repetir las doctrinas de los Santos Padres, sobre todo de S. Agustín. Así se explica que vuelvan una y otra vez sobre la grandeza de la castidad célibe, alabándola desde dis– tintos ángulos y matices, pero siempre sobre el trasfondo oscuro de la sexualidad. Ruperto de Deutz (t 1135), Rugo de S. Víctor (t 1141) y S. Bernardo (t 1153) son algunos de los que escribieron sobre la castidad, tanto célibe como conyugal, contribuyendo a ta creación de una fuerte presión moral que obligaba a llevar una conducta social puritana, que en el fondo se prestaba a una especie de «doble vida», puesto que las costumbres de

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