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50 J. MICÓ gua idea del Reíno. Ante el aviso de que sus familiares están ahí para «hacerle entrar en razón» y llevárselo con ellos, Jesús responde con una de sus frases más subversivas sobre la institución familiar: «Mi madre, hermanos y hermanas son los que cumplan la voluntad de Dios» (Me 3, 35). Esta actitud de Jesús no indica ninguna dureza personal frente a los suyos. La dureza radica en la amenaza que supone para la familia el des– calificarla como ejecutora natural del control social sobre sus miembros. Cuando uno de ellos, en este caso Jesús, se desprende de los lazos de la sangre para ligarse a la causa universal del Reino, el clan familiar queda desposeído de sus poderes. La castidad celibataria, por tanto, no hay que encerrarla en el estre– cho marco de la sexualidad genital. Siguiendo el ejemplo de Jesús, al que necesariamente tiene que referirse, abarca también el ámbito familiar. Como escribe Eusebio de Emesa, «vimos a un hombre que no había con– traído matrimonio y aprendimos a no casarnos». En este seguimiento del Señor, el célibe se incapacita para el matrimonio porque ha descubierto que su llamada al servicio del Reino le hace testigo del amor abierto y generoso de Dios a todos los hombres. Esta ternura, no obstante, debe hacerse realidad desde dentro de la íglesia, donde la presencia de Cristo y la voz del Evangelio liberan de todü egoísmo nuestro celibato para referirlo y abrirlo a los demás. La dimensión del celibato rebasa nuestra condición presente; de ahí que nos resulte incomprensible. Sin dejarnos llevar por los manidos tópicos angelicales, Jesús proyecta la castidad en unas dimensiones de futuro, de Reino ya realizado, donde las relaciones humanas ya no estarán las– tradas por lo genital. En esa forma nueva de sabernos y amarnos no tendrá sentido el casarse o no casarse, puesto que eso responde a la con– dición limitada de la historia del presente. En fos textos -evangélicos el celibato aparece siempre al lado del matrimonio, y es contemplado como anuncio y realización ya desde ahora de la realidad de la resurrección, como vocación y gracia, como abandono y disponibilidad, pero siempre con vistas al Reino y fundado en las palabras y testimonio de Jesús y en la fe en el poder de Dios. En este sentido, hay que relacionar el celibato con la familia en cuanto institución que no favorece el seguimiento radical de Jesús por parte de quienes han sido llamados a vivirlo en forma de Fraternidad abiert,a y dedicada al Reino. Aquí no se trata de si el celibato es mejor o peor que el matrimonio, sino de que hay formas de seguimiento de Jesús en las que el matrimonio, con todo lo que implica de ejercicio de la sexualidad y de creación de una familia, es un impedimento para rea– lizarlo con libertad.

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