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80 J. l\UCÓ la familiar, tratando de buscar sustitutivos que llenen el hueco del amor conyugal. Cada una tiene sus ventajas y desventajas, por eso hay que ser lúcidos a la hora de vivir la propia opción, sin pretender llenarla de ambigúedades. Otra dimensión del celibato es que no solamente libera para el amor fraterno, sino que también potencia para una entrega afectiva a los más necesitados ele ese amor salvador, los pobres, que son los preferidos del Reino. La Fraternidad, además de realizar su propia vocación afectiva entre los hermanos, está llamada a ser una encarnación de Jesús como sacramento del amor del Padre. Amar a los que nadie quiere, acoger a los que todos desprecian, valorar a los que nadie toma en consideración, es un signo de que la presencia de Dios entre nosotros ha desencadenado la dinámica del Reino. Nuestra castidad célibe puede encontrar su sen– tido si en este proceso de evangelización, tanto hacia dentro de la Fra– ternidad como hacia fuera, involucramos también la afectividad para no sentirnos frustrados como hombres amados y amantes. CONCLUSIÓN Indudablemente la castidad -célibe debe ser revisada. La sexualidad ha evolucionado mucho desde el Medioevo y la mujer va adquiriendo cotas de igualdad respecto al varón, que la hacen más cercana a él tanto en el trabajo como en la vida social, por lo que la castidad no puede seguir entendiéndose del mismo modo. Pero en cualquier revisión que se haga habrá de tenerse ·en cuenta su referencia a Dios y su Reino; referencia que puede entrar en conflicto con una concepción unilateral del hombre, muy de moda actualmente, en la que, por carecer del sen– tido de la trascendencia, se considera inhumana toda forma de humaniza– ción que supere lo estnctamente natural. La afectividad no puede reducirse a la sexualidad genital. Más allá de toda relación de pareja existen otras formas de relacionarse afectiva– mente que pueden ser tan humanizadoras y gratificantes como ella. La persona, a diferencia de los otros animales, no es esclava de la natura– leza --'entre otras cosas porque no sabemos exactamente qué es la natu– raleza-, sino que posee la capacidad de integrarla transformando su sentido al hacerla personal. La castidad célibe, vivida en Fraternidad de una forma abierta pero profunda, sigue teniendo un valor testimonial de que el Evangelio nos urge a recrear unas formas nuevas de relacionarnos afectivamente, en las que el sexo no sea el valor absoluto e indiscutible de humanización;

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