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«CON LIMPIO CORAZÓN Y CASTO CUERPO» 79 hermanos y el trato con los demás. La turbulenta ruptura de Francisco con su familia, a pesar de que nunca hable de ella, está confirmada por los biógrafos. Una ruptura que no alberga ningún tipo de odio o resenti– miento, pero que expresa la nueva dimensión que ha adquirido para él la vivencia de la afectividad. Esta decisión de abandonar la familia va unida a la de no formar una propia, a no casarse. Su vocación evangélica le incapacitaba para formar un hogar. Por eso Oelano describe esta renuncia al matrimonio y su opción por el Reino con una imagen nupcial: «Me desposaré con una mujer la más noble y bella que jamás hayáis visto, y que superará a todas por su estampa y que entre todas descollará por su sabiduría» (1 Cel 7). Esta respuesta con sabor a tradición, desde los Santos Padres a san Bernardo, resume su decisión de seguir a Jesús de forma absoluta y totalizante. Abandonar casa y familia, como expresión de autonomía para dedi– carse al Reino, no significa renunciar a la afectividad por imperativo de una actividad al servicio de una ideología. El Reino no es ninguna ideo– logía, sino un modo de sentirse fundados y abiertos a lo trascendente, al Dios-amor, que tiene como consecuencia una forma nueva de relaci•'m. El modelo de esta relación es el amor trinitario volcado sobre el hombre, que Jesús nos manifestó con su comportamiento humano; un amor que sólo sabe amar desde la afectividad célibe. El optar por unas relaciones célibes no quiere decir que debamos renunciar a una afectividad cálida. Francisco, al describir las relaciones entre los hermanos, insiste en que se amen con cariño, poniendo como ejemplo el amor cariñoso de la madre. La Fraternidad, como grupo de célibes que intenta madurar su opción evangélica, incluye también la maduración personal y afectiva. Lo femenino, tan necesario para la con– solidación del hombre, adquiere en la maternidad el culmen de la ter– nura y el cariño. De ahí que todos los hermanos tuvieran que amarse como madres y ejercer de tales, como se dice en la Regla para los Eremi– torios, porque esta actitud de ternura y cariño es la fuente que ahmenta la verdad cle las relaciones humanas, de las relaciones fraternas. El hom– bre no vive sólo de pan, sino también de cariño; por lo que necesita sentirse cálidamente acogido y pacientemente apoyado para seguir cami– nando en fidelidad al Evangelio. La afectividad expresada en formas de ternura es, por tanto, nece– saria para que la castidad fructifique y se manifieste como servicio gozoso y gratificante al Reino. El amor fraterno debe ser lo suficientemente sólido para satisfacer esa necesidad imperiosa de amar y sentirnos ama– dos. Pero conviene estar ,alerta para no confundir la afectividad célibe con

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