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«CON LIMPIO CORAZÓN Y CASTO CUERPO» 77 S. Damián, y tendrá gusto en volver a ver este lugar de Sta. María... » (Flor 15). Dentro de este ambiente es lógico que Francisco les enviara a las Damas Pobres de San Damián un escrito, que insertó Clara en su Regla, en el que les dice: «Ya que, por divina inspiración, os habéis hecho hijas y siervas del altísimo sumo Rey Padre celestial y os habéis desposado con el Espíritu Santo, eligiendo vivir según la perfección del santo Evan– gelio, quiero y prometo dispensaros siempre, por mí mismo y por medio de mis hermanos, y como a ellos, un amoroso cuidado y una especial solicitud» (FVC 1-2). ¿Por qué, entonces, ese miedo a que los frailes se acerquen por San Damián? Este mismo contraste que se da entre la voluntad de Francisco de comprometerse a cuidar espiritualmente de las Damas Pobres y la limitación de visitar los monasterios aparece también en las Leyendas y principalmente en la Vida II de Celano. En ésta se hace evidente que Francisco se retrajo poco a poco de visitarlas, al mismo tiempo que res– ponáe a los hermanos sorprendidos por tal actitud: «No creáis que no las amo de veras. Pues si fuera culpa cultivarlas en Cristo, ¿no hubiera sido culpa mayor el haberlas unido a Cristo? Y si es cierto que el no haber sido llamadas para nad1e es injuria, digo que es suma crueldad el no ocuparse de ellas una vez que han sido llamadas. Pero os doy ejem– plo para que vosotros hagáis también •como yo hago. No quiero que alguno se ofrezca espontáneamente a visitarlas, sino que dispongo que S'e destinen al servicio de ellas a quienes no lo quieren y se resisten en gran manera: tan sólo varones espirituales, recomendables por una vida virtuosa de años» (2 Cel 205). Para ilustrar este principio Celano trae un par de ejemplos: el de un :religioso que tenía dos hijas on el monasterio y se ofreció al Santo para llevarles un regalo; y el de otro que, ignorando la prohibición, se acercó un invierno al monasterio. En ambos casos, la fuerte decisión de Fran– cisco se aprecia por el rigor de las p-enitencias impuestas (2 Cel 206). Pero no termina con esto la serie de relatos conducentes a mostrarnos la postura del Santo en relaci'5n con las clarisas. El gesto simbólico del canto del «Miserere» en medio de un círculo de ceniza es una invitación a las monjas para que se estimen tanto como ella y desechen de su cora– zón todo otro tipo de sentimientos (2 Cel 207). El resumen que hace Celano de la actitud de Francisco .hacia las monjas refleja bien su sentir: «Tal era su trato con las mujeres consagradas; tales las visitas, provecho– sísimas, pero motivadas y raras. Tal su voluntad respecto a todos los her– manos: quería que las sirvieran por Cristo -a quien ellas sirven-, cui– dándose, con todo, siempre, como se cuidan las aves, 'de los lazos tendidos a su paso» (2 Cel 207).
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