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76 J. l\UCÓ relación materna de Francisco hacia sus hermanos: ante el Papa, él expuso una parábola en la que estaba representado por «la pobrecilla mujer del desierto» que tuvo muchos hijos del rey (TC 50; 2 Cel 16; LM 3, 10); y en un momento difícil de la Fraternidad, Francisco se vio en sueños como la gallina pequeña y negra que tenía innumerables pollue– los, viendo en éstos a los muchísimos hijos que el Señor le había dado y le daría (TC 63; 2 Cel 24). Con anterioridad, la literatura cisterciense del siglo xu había elaborado el tema y la imagen del abad como madre, y autores como san Bernardo decían a los abades que fueran madres para con sus monjes, a quienes debían dar el pecho. Y hemos de recordar que San Damián tuvo visitadores cistercienses y que Clara escuchaba su predicación con mucho afán. Dejando aparte los posibles simbolismos e interpretaciones del sueño de Clara, lo que aquí nos importa destacar es que la relación entre Francisco y Clara en él reflejada ,no es la de igual a igual, sino la de padre (madre) a hija, la de maestro a discípula. El tratar la amistad de Francisco con Clara como una relación paterno– filial no quita que fuera profunda y entrañable, capaz de madurar la afectividad de ambos y de integrarla en sus respectivos procesos espiri– tuales; pero habrá que ser cautos para no suplir con la imaginación lo que no dan los escritos en la reconstrucción de esta amistad. - Hermanos y Hermanas Menor,es Jacobo de Vitry cuenta en una de sus Cartas el consuelo que experi– mentó al ver que muchos seglares ricos de ambos sexos huían del siglo, abandonándolo todo por Cristo. Les llamaban Hermanos y Hermanas l\.1e– nores (BAC p. 963). La descripción que nos hace de sus actividades y modo de vivir permite pensar en una relación limpia pero natural. Esta relación entre hermanos y hermanas, a pesar de llegarnos por una fuente tan sospechosa como son las Florecillas, parece tener un sus– trato hist<Jrico. Francisco, poco después de su conversión y ante la per– plejidad sobre si debía entregarse solamente a la oración o también a la predicación, envió a Maseo para que le preguntara a Clara su parecer; ella le contestó animándole para que se entregara también a los demás (Flor 16). Sin embargo, la descripción más precisa de estas relaciones espontá– neas es la referente a la comida de Clara, en Santa María de los Angeles, con Francisco y sus compañeros, y que empieza con esta frase clave: «Cuando estaba en Asís S. Francisco, visitaba con frecuencia a Sta. Clara y le daba santas instrucciones.» El motivo de elegir la Porciúncula no puede estar más cargado de ternura: «Quiero que tengamos esta comida en Sta. María de los Angeles, ya que lleva mucho üempo encerrada en

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