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«CON LIMPIO CORAZÓN Y CASTO CUERPü» 71 bate la injusticia y la villanía; por ella se llora y se canta. Ella es el dinamismo de la vida, algo inaccesible que polariza y motiva el vivir y el hacer. La dama amada pertenece, normalmente, a una clase social superior o, al menos, idealizada. El amante adopta una condición social inferior por considerar que ella le supera en dignidad. La llama «domina», señora. El amor por ella nace tanto de su belleza física como de sus encantos morales, e, incluso, del temor que suscita la excelencia de su dignidad. De esta atmósfera amorosa que cristaliza en la «dama», nace un sen– tido de misterio y de plenitud. Los trovadores la expresan en un lenguaje de absoluto; y los nuevos monjes la hacen expresión de su fe. Francisco, que no leyó esta literatura amorosa de los monjes, debió acceder a ella de alguna manera, puesto que la mujer, como arquetipo ideal, está pre– sente en sus Escritos, cosa que los biógrafos desarrollan al describir su itinerario espfritual. Cuando Francisco pidió a Inocencio III la aprobación de su Frater– nidad, según cuenta Celano, lo hizo por medio de una parábola: «Había en un desierto una mujer pobre pero hermosa, .. » (2 Cel 16). La parábola no es original, pues ya aparece en los sermonarios del tiempo; pero el simple hecho de citarla, o ponerla en su boca, indica la mentalidad d.e Francisco respecto a la mujer como símbolo. Se han hecho diversas lecturas sobre la identidad de esta mujer pobre, pero bella, que es capaz de engendrar hijos del propio rey y educarlos en el desierto. Una de ellas es ver a Marra como la mujer pobre, pero bella, que, convertida en símbolo de la «Mater Ecclesia», recupera a la humanidad haciendo de los hombres herederos del Reino. De este modo es la mujer primordial, la antítesis de Eva, que dispone de todos los poderes constitutivos de la humanidad. Pero la mujer de la parábola tiene otra lectura, y es la de la sabiduría de Dios encarnada en la pobreza. La pobreza para Francisco no es una simple virtud, sino la forma de encarnarse el Hijo de Dios y la eX!presión de su Evangelio. De ahí que, a pesar de ser repudiada por todo el mundo, Francisco decidió abandonar padre y madre para desposarse con ella con un amor eterno (2 Cel 55). Próximo ya a la muerte, dejará como testa– mento a sus hermanos «que amen siempre a nuestra señora la santa pobreza y la guarden» (Tests 4). Otro relato de Celano ·es el de las tres mujeres pobres que se le apa– recen misteriosamente a Francisco, ya ciego, para saludarle de una forma un tanto rara: «Bienvenida sea la dama Pobreza» (2 Cel 93). Este relato pone de manifiesto que el Santo consideraba la pobreza como el arque– tipo de su opción por el Evangelio; idea que refuerza san Buenaventura

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