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68 J. MICÓ con mujeres, las cuales Uegan a engañar aun a hombres santos ... Tan es asi que le era una molestia la mujer, que pensaras tú que se trataba más de miedo y horror que de cautela y ejemplo» (2 Cel 112). S. Buenaventura reelaboró este material para darnos su visión del tema: «Recomendaba evitar con gran cautela las familiaridades, conver– saciones y miradas de las mujeres, que para muchos es ocasión de ruina, asegurando que a consecuencia de ello suelen claudicar los espíritus débiles y quedan con frecuencia debilitados los fuertes» (LM 5, 5). Estas recomendaciones iban, por lo general, precedidas del ·ejemplo. En la Crónica de Lanercost, según el testimonio de Fr. Esteban, se dice que Francisco no quería tener familiaridad con ninguna muJer, y no per– mitía que las mujeres usasen con él modos familiares; sólo a Clara pare– ció tenerle afecto. Y, aun, cuando hablaba con ella o se hablaba de ella no la llamada con su nombre, sino la llamaba «cristiana». La prevención selectiva ante las mujeres hace verosímil la confesión de Francisco a su compañero: «Te confieso la verdad: si las mirase, no las reconocería por la cara, si no es a dos. Me es conocida -añadió- la cara de tal y tal otra; de ninguna más» (2 Cel 112}. ¿Respondfa esta descripción hagiográfica a la verdadera actitud de Francisco respecto a las mujeres o se trata, más bien, de una deforma– ció1t piadosa, fruto del creciente culto que se estaba desarrollando en torno al Santo? En principio hay que admitir que el esquema utilizado por los biógrafos para describir la figura de Francisco es el ya tradi– cional P,ll este tipo de literatura del «bios angelikós» o vida angélica, sobre todo en lo que respecta a la castidad. El modelo del hombre santo es el que ha vivido como los ángeles, que no sufren el apremio de la sexualidad. Pero más allá de este marco interpretativo se descubre cuáles eran las preocupaciones y problemas del biógrafo en el contexto conventual de su tiempo. La progresiva conventualización de la Fraternidad la había hecho caer en una concepción tradicional de la vida religiosa monástica, donde la imagen de la mujer, como peligro para la virtud, planeaba ame– nazadora sobre las cabezas y las conciencias, aunque de hecho tuvieran que relacionarse con ellas. Esta insistencia en desaconsejar todo trato con mujeres, ¿no esconde la desaprobación de un abuso que se consi– dera peligroso para los frailes? La intención moralizante de los biógrafos desvela su preocupación por algunas actitudes que se dan de hecho en la Orden, sobre todo referentes a la pobreza, y con las que no están de acuerdo. Por ello, nada más fácil y eficaz que ponerlas en boca de Fran– cisco, justificando así su insatisfacción y la necesidad de que sean corre– gidas.

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