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66 J. MICÓ la ayuda de la gracia, se dirija a Dios, deseando con ello complacer al solo sumo Señor, porque sólo Él obra ahí como le place» (CtaO 14-15). El hombre nuevo que nos presenta Jesús ya no tiene que esconderse de la mirada del Padre. Buscar otros motivos que no sean Él mismo es enturbiar esa presencia falsificando el coraz·ón. Ni el éxito de una buena voz, ni el temor o amor de los hombres han de oscurecer la relación directa del hombre con Dios. Las connotaciones de pureza ritual, que obligaban a quien quisiera acercarse a la eucaristía a una limpieza sexual absoluta, colorean esta pureza de los sacerdotes de un matiz que ya no afecta sólo a la limpieza interior del corazón, sino que implica también la del cuerpo. b) Puros de cuerpo Fra!lcisco es consciente de que ía impureza corporai no es algo externo al hombre, sino la expresión de su interioridad: «Porque, como dice el Señor en el Evangelio, del corazón proceden y salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, la avaricia, fa maldad, el fraude, la impureza, la envidia, los falsos testi– monios, las blasfemias, la insensatez. Todas estas maldades salen de dentro, del corazón del hombre, y éstas son las que manchan al hombre» (1 R 22, 7-8). A pesar de los condicionamientos de su época, que le obligaban a una visión estrecha de la castidad con relación a la eucaristía, Francisco no considera de forma aislada la pureza corporal, como si tuviera sentido en sí misma. En ia exhortación a todos los fieles, les anima a que se acer– quen a la eucaristía, porque el Señor «quiere que todos seamos salvos por Él y que lo recibamos con un corazón puro y un cuerpo casto» (2CtaF 14). La castidad corporal forma parte de esa pureza del corazón que per– mite ver a Dios sin ruborizarse. Al unir la castidad del cuerpo a la lim– pieza del corazón, además de las implicaciones culturales antes aludidas, Francisco está indicando que la sexualidad no es algo autónomo a lo que se debe plegar el proyecto humano. El hombre nuevo que ha decidido vivir con transparencia su relación con Dios tiene que integrar también esa sexualidad como algo claro que le permite sentirse él mismo y relacio– narse, como tal, con los demás. Esto exige una vigilancia semejante a la que debemos adoptar respecto a nuestras tendencias al tener o poder, ya que todas ellas pueden ser un impedimento que rompa nuestra limpia rela– ción con Dios. La pureza o castidad, como cualidad original que conserva su limpieza y transparencia, no es exclusiva de las personas. Francisco la eleva a nivel

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