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«CON LIMPIO CORAZÓN Y CASTO CUERPO» 65 Para recuperar la limpieza del corazón, manchado por el pecado, hay que desandar el camino emprendido, despreciando -o posponiendo-– lo terreno para buscar lo que verdaderamente nos identifica y define: Dios. El lenguaje empleado por Francisco nos puede inducir al error de buscar una espiritualidad desencarnada e insolidaria, que necesita del desprecio de las cosas para acercarse a Dios. Sin embargo, no es así. Su intención apunta a una de las ideas centrales y más radicales del Evan– gelio: «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura» (Le 12, 31). Sólo el que es capaz de abrir su corazón al Espíritu, para que le dirija en su caminar hacia 'el Padre, ha entrado en ese ámbito de feli– cidad del que nos hablan las bienaventuranzas. Pero estar en el Reino supone el quehacer continuo de desescombro de toda la suciedad que el pecado echa en nuestro corazón. Francisco nos alerta para que este– mos vigilantes y, descubriendo lo que verdaderamente enturbia nuestra identidad, trabajemos por encontrar y permanecer en lo que da calidad humana al corazón del hombre: el Dios que nos creó y nos sigue amando. Por eso dice Francisco: «Guardémonos mucho de la malicia y astucia de Satanás, que quiere que el hombre no tenga su mente y su corazón vueltos a Dio5. Y, acechando en torno, desea apoderars,e del coraz,ón del hombre, so pretexto de alguna merced o favor, y ahogar la palabra y los preceptos del Señor borrándolos de la memoria, y quiere cegar, por medio de negocios y cuidados seculares, el corazón del hombre, y habi– tar en él» (1 R 22, 19-20). El corazón limpio del que habla Francisco es la 'act'itud del hombre que ha optado por seguir a Jesús porque en Él encuentra esa humanidad nueva que nos ofrece el Reino. De ahí que al hablar sobre el oficio divino les recomiende a los clérigos no poner «su atención en la melodía de la voz, sino en la consonancia del alma, de manera que la voz sintonice con el alma, y el alma sintonice con Dios, para que puedan hacer propicio a Dios por fa pureza del corazón y no busquen halagar los oídos del pueblo por la sensualidad de la voz» (CtaO 41-42). Es la misma actitud que les pide a los fieles cuando alaban al Señor: «Amemos, pues, a Dios y adorémoslo con puro corazón y mente pura, porque esto es lo que sobre todo desea cuando dice: Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad» (2CtaF 19). Igualmente, a los hermanos sacerdotes les pide que, «siempre que quieran celebrar la misa, ofrezcan purificados, con pureza y reverencia, el verdadero sacrificio del santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, con intención santa y limpia, y no por cosa alguna terrena ni por temor o amor de hombre alguno, como para agradar a los hombres; sino que toda voluntad, en cuanto puede con

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