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64 J. MICÓ c10n; adaptable al modo de ser de todos y sumamente generoso (1 Cel 83). Esa cortesía que alimentó toda su vida, la difundió también entre los suyos, potenciando la cultura cortesana del hermano Pacífico, llamado «el rey de los versos» (LP 65), o pidiendo a su guardiá,n, que había sido siempre cortés con él, que hiciera también ahora honor a su cortesía dándole permiso para «restituir» su manto a una pobrecita mujer (2 Cel 92). Si la cortesía que brota del amor de Dios debía ser modelo en el quehacer de las criaturas, Francisco no sólo exigirá este modo de com– portamiento a sus hermanos (1 R 7, 15), sino que lo hará también con su «querido hermano fuego» para que se muestre cortés con él a la hora del cauterio (LM 5, 9). La cortesía, pues, es el valor que configuró la personalidad afectiva de Francisco en su vocación de caballero. Pero, una vez convertido, uti– lizó esa misma estructura para expresar su calidad de amante, ya que había descubierto que el amor de Dios hacia los hombres, y en concreto hacia él, se había derramado y se derramaba en forma cortés. La corte– sía se convertía así en algo más que simples maneras sociales de comuni– carse con los otros. La cortesía era para Francisco el modo concreto de encarnar el amor. 2. PUROS DE CORAZÓN Y DE CUERPO El amor cortés en que cristalizó la afectividad de Francisco le permi– tió entender la castidad dentro de ese horizonte más amplio de la pureza del corazón del que nos hablan las bienaventuranzas. Para Francisco, el hombre puro es el que responde al proyecto que tuvo Dios sobre él al modelarlo con sus manos; es decir, el hombre original que caminaba ante la faz del Señor y cuya actividad no le apartaba ni distanciaba de esa presencia que era su razón de existir. Pero la realidad del pecado le hizo impuro, incapaz de soportar su mirada. Al sentirse desnudo, sin dignidad, se escondió de su vista, convirtiéndose todo su quehacer en barreras que le impedían acercarse a su creador y en caminos que le ale– jaban, cada vez más, de su pureza original de hombre. a) Limpios de corazón Siguiendo las bienaventuranzas como actitudes que aporta Jesús para recobrar la novedad, la pureza del hombre original, Francisco describe lo que para él significa tener un corazón limpio: «Dichosos los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5, 8). Son verdaderamente de corazón limpio los que desprecian lo terreno, buscan lo celestial y nunca dejan de adorar y contemplar al Señor Dios vivo y verdadero con corazón y ánimo limpio» (Adm 16, 1-2).

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