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60 J. MICÓ Estas precauciones parece que fueron tomadas también por el primi– tivo grupo franciscano. Jacobo de Vitry cuenta en 1216 la impresión que le produjo el movimiento llamado de Hermanos Menores y Hermanas Menores. Al describir su actividad dice que «durante el día van a las ciudad.es y a las aldeas para conquistar a los que puedan, dedicados así a lt. acción; y durante la noche, retornando al despoblado o a lugares solitarios, se dedican a la contemplación. Las mujeres, por su parte, viven juntas en algunos hospicios cerca de las ciudades, y no reciben nada, sino que viven del trabajo de sus manos» (BAC p. 964). III. FRANCISCO Y LA CASTIDAD Como ya se dijo anteriormente, la castidad no es para Jesús una cues– tión de pureza ritual o sagrada, propia de las religiones. El hacerse eunu– cos y abandonar la familia responde a una exigencia de sintonía y disponi– bilidad, para captar la voluntad del Padre de transformar el mundo por medio de un cambio radical que Jesús concretó en el Reino. De ahí que no S'ea ni mejor ni peor que el matrimonio, que es otra forma de res– puesta en la realización del Reino, sino una forma necesaria para encarnar lo que Jesús entendió como su propia misión, y que consistía en perma– necer totalmente abierto a su Padre para anunciar con ·entera libertad su decisión de transformar al hombre y sus relaciones. Lo mismo que las grandes Reglas monásticas, Francisco utiliza pocas veces ia palabra «castidad», y casi siempre con un contenido jurídico. Esto indica dos cosas: que la sexualidad no era para él ninguna obsesión, a pesar de lo que digan los biógrafos, y que la castidad celibataria le resultaba tan evidente que no hacía falta hablar de ella. Sin embargo, puesto que haMa optado por vivir en Fraternidad dentro de la Iglesia, tenía que contar con ella como elemento jurídico, pero sobre todo como potenciadora de su apertura a Dios y de la calidad de las relaciones fraternas con los hermanos. Francisco no podía huir, al pensar y vivir su castidad célibe, de los condicionamientos de su tiempo. La teología, la moral, la literatura reli– giosa y las mismas costumbres proyectaban una castidad temerosa, que reaccionaba de forma desproporcionada ante lo sexual, con penitencias y comportamientos un tanto raros para nuestra mentalidad, pero que para ellos era natural; y esto también afectaba a Francisco. Pero a pesar de todo, en su celibato como seguimiento del de Jesús, se descubre esa libertad que le hace disponible ante Dios y le empuja a predicar su Reino de una forma itinerante.
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