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«CON LIMPIO CORAZÓN Y CASTO CUERPO» 59 En la base de todas estas actitudes estaba, además de los principios dualísticos, la concepción cultural de la mujer. La figura de la mujer, como encarnación de una sexualidad negativa y tentadora para el hombre, llevaba irremediablemente a desconfiar de eila en cuanto persona capaz de compartir un mismo proyecto, si bien se le permitía que formara grupo$ aparte. Los movimientos pauperísticos medievales, aun manteniendo muchos de ellos un dualismo de procedencia cátara, rompieron estas tradiciones creando un nuevo concepto de participación de la mujer en la vida reli– giosa. Estos movimientos se caracterizaron por admitir entre sus segui– dores también a las mujeres. Algunos de los predicadores que estaban al frente de estos grupos terminaron formando monasterios mixtos, como Roberto de Abrissel, que fundó Fontevrault, y Norberto de Xanten, Pré– montré. Los que no quisieron enrolarse en la vida monástica tuvieron que sufrir, además de las acusaciones de herejía por parte de la Iglesia, las calumnias de llevar una vida licenciosa cohabitando promiscuamente hom– bres y mujeres. Hugo de Rouen afirma en tono despectivo: «Los herejes llevan consigo mujerzuelas a las que no les une ni el vínculo conyugal ni el deber de ía consanguinidad, sino el contubernio de la propia lujuria. Dicen llevar vida común ·en sus casas, alegando que ellos observan la vida apostólica, por lo que no rechazan a las mujeres sino que las acogen en su propia casa de forma lícita y las sientan a la mesa.» A principios del siglo xrn, el problema seguía siendo el mismo. Bur– cardo de Ursperg, hablando del grupo de Bernardo Prim, que fue apro– bado por Inocencia III, dice «que los hombres y mujeres iban juntos cuando se trasladaban de un sitio a otro; y que muchas veces se hospe– daban juntos en la misma casa y que, según daban que pensar, incluso a veces se acostaban juntos; y además afirmaban que todo esto era una práctica que provenía de los apóstoles» (BAC p. 963). Esta suspicacia frente a los nuevos grupos •no era exclusiva del pueblo sino que la compartía también la jerarquía. En la Carta circular de 1210, anunciando a los arzobispos y obispos el reconocimiento pontificio de los Lombardos Reconciliados o grupo de Bernardo Prim, ya se les ad– vierte que, si han prometido continencia, deberán evitar en el futuro toda relación sospechosa con mujeres. Pero en el Proyecto aprobado dos años después prometerán «evitar el trato sospechoso con mujeres, de modo que nadie se encuentre a solas con una de ellas, ni siquiera para hablar, a no ser en presencia de testigos cualificados o personas de con– fianza. Los hermanos y hermanas, sin embargo, no dormirán nunca en una misma casa, ni se sentarán a la misma mesa».
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