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«CON LIMPIO CORAZÓN Y CASTO CUERPO» 57 dudará en afirmar que son dos los motivos por los que se introdujo el matrimonio: para que nos conservemos castos y para que seamos padres. De estos dos motivos el principal es, sin embargo, el de la cas– tidad. Este pesimismo se acentúa en S. Jerónimo, para quien Eva fue vivgen en el paraíso, de lo que deduce que la virginidad fue concedida con la naturaleza; el matrimonio, en cambio, a raíz de la culpa. Aunque S. Agustín destaca la bondad natural y la santidad del matrimonio, fun– dado en Dios, él es quien puso los cimientos teológicos de un pesimismo sexual que perdurará durante siglos. S. Agustín llegó a sostener que sería un gozo indecible poder tener hijos sin la unión sexual. No obstante este extremismo en materia sexual, hubo teólogos y pas– tores, como Hugo de S. Víctor, que tuvieron una visión más positiva de la sexualidad. Sin embargo, para los clérigos en general, el ideal del matrimonio era llegar a una fusión de los espíritus, olvidando la relación sexual. Son muchas las «Leyendas» medievales de santos que elogian la castidad conyugal absoluta. Un ejemplo de ello es la de Sta. Cunegunda, canonizada en 1200. En ella se lee que Cunegunda consagró su virginidad al rey de los cielos y la conservó hasta el final con el consentimiento de su casto esposo. La bula de canonización de Inocencia III dice, fundada en testigos, que Cunegunda había estado unida maritalmente con Enrique, el emperador, pero que nunca había sido conocida carnalmente por él. La misma bula refiere la frase que habría dicho Enrique en el lecho de muerte a los padres de su esposa: «Os la devuelvo tal como me la con– fiasteis: me la disteis virgen, os la devuelvo virgen.» El sentido de pureza cultual, heredado del judaísmo, influyó en la concepción de que las relaciones sexuales eran un impedimento para acer– carse a la eucaristía. De un modo general podríamos decir que para los clérigos medievales la sexualidad era algo sucio, algo que manchaba y que, por tanto, no entraba en el ámbito de la pureza exigida a todo ver– dadero cristiano. Un buen cristiano -según se dice en un sermón- es aquel que, al acercarse las santas solemnidades, para poder comulgar con mayor seguridad, guarda castidad con su mujer varios días antes, con el fin de acceder, con una conciencia libre y segura, al altar del Señor con casto cuerpo y limpio corazón. Lo mismo deberán hacer du– rante toda la Cuaresma y Pascua, parn que la solemnidad pascual los encuentre puros y castos. Pero el que es buen cristiano no sólo guarda la castidad varios días antes de comulgar, sino que, además, sólo se acerca a su mujer cuando desea tener algún hijo. Estas incompatibili– dades entre relaciones sexuales y acercamiento a la eucaristía tienen como consecuencia lógica el prohibir a los recién casados que entren en la igle-

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