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56 J. MICÓ voz autorizada contra la concepci<:m de que el uso del matrimonio confería impureza cultual. Junto a la historia del celibato eclesiástico existe otra paralela del contracelibato. El hecho de que sínodos y concilios repitan una y otra vez la obligación de esta ley demuestra la dificultad con que se iba im– poniendo. Gregorio VII trató de atacar la plaga del «nicolaísmo» por medio de una reforma del clero, sobre todo del alto; pero los intereses patrimoniales y las consecuencias de la simonía con un clero sin voca– ción echaron por trerra la reforma, teniendo que acudir al pueblo para que se levantara contra ellos, incluso con el boicot de las misas y demás funciones litúrgicas. Uno de los principales apoyos que tuvo el papa en la implantación del celibato clerical fueron S. Romualdo (t 1027), S. Pedro Damián (t 1072), S. Juan Guaíberto (t 1073) y S. Arialdo. Todos ellos trataron de fomentar el celibato predicando y escribiendo contra los sacerdotes concubinarios, invitándoles a reunirse en monasterios canonicales para vivir en comu– r:.idad. Pero la verdad es que muy pocos de ·ellos se convirtieron, ya que la mayoría de monasterios se nutrían de vocaciones nuevas. El pueblo, en general, apoyaba con frecuencia a los clérigos que se negaban a romper su matrimonio; pero las protestas se extinguieron poco a poco en los últimos decenios del siglo XI al imponerse los «grego– rianos». b) La castidad conyugal Como en todo el saber de ia Edad Media, al preguntarnos sobre la castidad matrimonial hay que recurrir a los teólogos. Sus prejuicios sobre el sexo y la cap:acidad que tenían para imponer sus doctrinas hicieron que en el Medioevo existieran, al menos, dos tipos de moral: la del clero y la de los caballeros, sin contar la del pueblo bajo, del que no sabemos nada. Ya anotamos anteriormente que toda la reflexión medieval sobre la castidad, también sobre la conyugal, se basa en los Santos Padres. Inmer– sos en una cultura dualista, los Padres orientales leyeron el Nuevo Testa– mento como una lucha entre la carne y ·el espíritu por conseguir la salva– ción. La infravaloración de la sexualidad y del matrimonio como cosas de la carne, contribuyó de un modo natural a resaltar la virginidad como cosa del espíritu. Según Orígenes y S. Gregorio Niseno, la sexualidad es una conse– cuencia del pecado. Varios Padres seguirán esta opinión según la cual la multiplicación del género humano se habría desarrollado de una ma– nera angélica si no hubiera intervenido el pecado. S. Juan Crisóstomo no

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