BCCCAP00000000000000000001439

278 J. MICÓ de !os santos Mártires», sobre todo de S. Rufino, describen los orígenes creyentes del pueblo agrupado en torno a sus obispos. Alrededor del ~ulto a S. Rufino y su primitiva catedral crece el nuevo pueblo al constituirse en «Común». El santo obispo de Asís, S. Ruf1no, se convierte en el símbolo que iden– tifica al pueblo en su lucha contra los feudatarios opresores. El santo pro– tector del Común debe ser animoso y valiente. Desde esta perspectiva de proyectar sobre lo religioso sus necesidades guerreras, combatieron contra Perusa, contra el Emperador alemán, contra los señores de los castillos y contra el propio obispo que -pretendía arrebatarles, desde su posición feudal, la posesión de S. Rufino como símbolo identificador del pueblo, del nuevo --Común». En 1140, Juan de Gubia inició la construcción de la nueva catedral en el mismo sitio que ocupaba la antigua, reflejando en su arquitectura y en los símbolos de la fachada el espíritu combativo y ardiente de los asisanos. La catedral es el cuartel general del pueblo, el lugar donde se reúne el ejército popular, el tribunal, el parlamento e, incluso, el museo donde se guardan los trofeos de las victorias militares. Esta identificación de los orígenes como pueblo y como comunidad de fe alrededor de sus obispos, le da a Francisco una visión de la Iglesia donde lo institucional, por problemático y doloroso que a veces le resulte, no es impedimento para llevar a la práctica su decisión evangélica de seguir a Jesús -en pobreza y humildad. De esto se deduce que para Fran– cisco la Iglesia, incluso como estructura, era ·algo que formaba parte de sus orígenes y que no podía ver -como una realidad extraña que no tuviera nada que ver con él; de ahí que la considerara como un ser vivo y miste– rioso que alimentaba su vida y sus sueños de ver realizado su proyecto evangélico dentro de su mismo seno. Por otra parte, la Iglesia lo desbordaba; era algo objetivo que estaba más allá de sus propias vivencias y sentimientos. m sabía de su antigüe– dad y experimentaba, aunque no fuera del todo consciente, sus condicio– namientos doctrinales y morales, su poder religioso e, incluso, político; es decir, su estructura clericail y pesada, que era como el cuerpo histórico y opaco, aparentemente incapaz de trasl1ucir ila presencia gloriosa y santi– ficante de Cristo el Señor. La Iglesia de Inocencia III había alcanzado su máximo niveil de poder Y, por ello, su mínimo de coherencia evangélica. Era .la Iglesia imitadora del Imperio y de los grandes señores feudales. Más de la mitad de las tierras europeas eran beneficios eclesiásticos, y fa vida monástica no se había quedado a la zaga en esta carrera por el .poder y fas riquezas, en vez de haberse a!lineado entre los pobres.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz