BCCCAP00000000000000000001439

LA SANTA MADRE IGLESIA 303 por seguir en todo la forma de la santa Iglesia romana parece que lo realizó sin verdaderos traumas. Posiblemente las grandes dificultades que tuvo que afrontar en el proceso de organización de la Fraternidad acen– tua!"on, aún más, su natural actitud de fidelidad absoluta a todo lo que viniera de la Iglesia romana. Pero resulta excesivo, a mi entender, la 'pre– tensión de muchos franciscanistas de canonizar sin más esta fidelidad incondicional a la jerarquía de la Iglesia, excluyendo otras formas de fidélidad crítica, como podían ser la ,de algunos movimientos pauperís– ticos, que, ,por resultar problemáticas, son rechazadas y despreciadas como contestatarias. En una Iglesia poderosa, como era la del tiempo de Francisco, resul– taba muy difícil separar lo que provenía del Evangelio de lo que era fruto del poder. Lo mismo que la Iglesia oficial tenía su modo personal de con– cebir la «ortodoxia», igualmente aplicaba una «ortopraxis» muy particular para todos los fieles que hacía imposible cualquier tipo de pluralismo. Las .diferencias entre los movimientos pauperísticos y la Curia empezaron siendo un prablema de vida práctica; cada uno leía el Evangelio desde un contexto distinto, por lo que las consecuencias éticas tenían que ser necesariamente también distintas. Preguntarse cuál de los dos grupos tenía la razón no conduce a nada. Simplemente el que tenía más poder lo ejerció en provecho propio, dejando al otro en una situación de margi– nalidad respecto a la Iglesia oficial. La Curia de Inocencio 111 representaba el culmen del centralismo del poder eclesial. La política de organización de la Iglesia exigía, no sólo una actividad burocrática, sino también de rearme moral que comportaba la proliferación de normas de todo tipo con el fin de poder ejercer el gobierno con autoridad. Esta voluntad de la Iglesia oficial de consti– tuirse en norma de conducta, no sólo religiosa, sino incluso social y polí– tica, suponía .disponer de una serie de resortes qu.e hicieran eficaces sus disposiciones; uno de ellos era el relacionarlos con las verdades de fe y la salvación. Bastaba la amenaza de un entredicho o una excomunión por parte del Papa para que la otra parte cediera o, .al menos,, revisara su propio planteamiento. No sería realista dudar de la buena intención del Papa y su Curia en este modo de proceder. Su responsabilidad y el propio ambiente les· obli– gaban a tomar medidas que son difíciles de juzgar desde nuestro contexto cultural y a distancia de siglos: Pero lo que sí resulta evidente es que esta forma impositiva de pretender animar la conducta cristiana, sin jus– tificar su coherencia o no con el Evangelio, impedía más que facilitaba la transparencia de una Iglesia servidora que no im·pone sus razones por

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz