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LA SANTA MADRE IGLESIA 299 cias al altísimo y sumo Dios, trinidad y unidad, Padre, Hijo y Espíritu, creador de todas las cosas y salvador de todos los que creen en Él, espe– ran y lo aman (l R 23, 11). Ante el ofrecimiento generoso del Dios trini– tario, que se da a sí mismo como horizonte ,de nuestra realización, sólo cabe la alabanza nacida del anonadamiento y la disponibilidad para ser– virle, desde una vida teologal honda, lo mejor posible. Vivir la penitencia, dentro de la amplitud que para Francisco y su ambiente espiritual tenía este término, es para él aceptar la invitación a entrar en el Reino que nos hace Jesús, y estar decididos a recorrer el camino de conversión propio de .todo aquel que aspire a transformarse en el hombre nuevo del que nos hablan los Evangelios. Por eso, hacer penitencia es abandonar la vieja situación de pecado, para vivir en la novedad que nos inspira el Espüitu; es decir, buscar el Reino de Dios y su justicia, y liberarse de todos los afanes y preocupaciones que nos apar– tan de Dios (l R 22, 9-30). A pesar de su incoherencia con los yalores evangélicos que fundan y ju.stifican su existencia, la Iglesia es para Francisco el grupo referencial donde mirarse y medirse en su calidad de cristiano que vive en proceso de conversión. ¿Dónde encontrar, si no, el calor de la acogida y el acom– paüamiento en la búsqueda itinerante de fidelidad al Evangelio? La Igle– sia podrá ser inconsecuente en el seguimiento fiel del camino de Jesús, pero en su seno ha sonado y resonado siempre, para propia vergüenza y motivo para la conversión, la voz del Evangelio por el que Jesús nos llama a un cambio radical de nuestro ser y pensar para que podamos acoger el Reino y convertirnos en unos hombres nuevos. Vivir en la Iglesia es, por tanto, seguir la llamada apremiante que nos hace Jesús para que nos convirtamos y creamos en la Buena Noticia, ya que el plazo se ha cumplido y el Reino está llegando (Me 1, 15); es decir, lo mismo que entendió Francisco y trató de concretar en su Proyecto de vida, convencido de que el único espacio en el que podía realizarse era la Iglesia. 3. LA IGLESIA, CRITERIO DE FE VERDADERA La Iglesia se ha considerado desde siempre como la garante del «depó– sito de la fe» confiado por Jesús a los Apóstoles. En ese sentido se ha creído guardiana de un sistema de creencias a las que no podía renunciar por estar conectadas directamente con el Evangelio. La Iglesia medieval creó y acumuló abundante ideología, teología y canónica, sobre estos presupuestos o «verdades de la fe», presentándola

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