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LA SANTA MADRE IGLESIA 297 de los alrededores de Asís, anunciando y predicando a los hombres la pemtencia. Llevaba consigo una escoba para barrer las iglesias, pues sufría mucho cuando, al entrar en ellas, las encontraba sucias. Por eso, cuando terminaba de predicar al pueblo, reunía a todos los sacerdotes que se encontraban alií en un local apartado para no ser oído por los seglares. Les hablaba de la salvación de las almas y, sobre todo, les reco– mendaba mucho el cuidado y diligencia que debían poner para que estu– vieran limpias las iglesias, los altares y todo lo que sirve para la celebra– ción de los divinos misterios» (LP 60). La presencia de Jesús en la Iglesia desbor.da el ámbito puramente sacramental. Más allá del espacio litúrgico donde el Señor viene a nuestro encuentro cie un modo especial, existe otra presencia que refuerza la fide– lidad de la encarnación aun después de haber s1do glorificado por el Padre. Me refiero a la presencia del Señor en las criaturas y, sobre todo, en el hombre, en el pobre. Celano describe de fonna maravillosa la capacidad de Francisco de subir por las criaturas hasta encontrarse con su Señor. «En las cosas hermosas reconoce al Hermosísimo; cuanto hay de bueno le grita: "El que nos ha hecho es el mejor." Por las huellas impresas en las cosas sigue dondequiera al Amado, hace con todas una escala por la que sube hasta el trono» (2 Cel 165). Perü donde percibe de una forma más clara la presencia gloriosa de Jesús es en los hombres, sobre todo en los más pobres. Por estar hechos a su :ímagen y semejanza (1 R 23, 1), aunque pecad.ores, siguen reflejando la imagen de su Creador; de ahí que en los pobres y enfermos se haga presente el mismo Jesús, que eligió la pobreza y tomó para sí nuestras enfermedades con el fin de hacernos ricos y sanarnos (1 Cel 76; 2 Cel 85). Para Francisco, toda la realidad es fruto y signo de una presencia. Y así como Jesús es el sacramento de Dios, la Iglesia es el sacramento de Cristo; ella, con sus sacramentos y su vida, lo hace presente de forma gloriosa y salvadora. Francisco sabe de la necesidad del «ver» para creer, y del creer para recibir, y del recibir para poder seguir sus huellas en el camino hacia el Padre. De ahí su consciente testarudez por estar siem– pre dentro de la lglesia viendo y percibiendo lo único que podemos ver del que necesitamos para vivir como cristianos. 2. LA IGLESIA, LUGAR DE ENCUENTRO Y CONVERSIÓN La presencia .de Jesús en la Iglesia trae como consecuencia lógica el peregrinar del creyente hasta lo más profundo de ella para encontrarse
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