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294 J. MICÓ A esta exigencia de santidad a los sacerdotes que confeccionan la. euca– ristía, va unida su reverencia ~ causa de su oroenación, de modo que los considera como la expresión acogedora de la Iglesia, en los que refugiarse cuando le persigan; a ellos quiere temer, amar y honrar, 'por muy _in.cultos y pecadores que sean, porque los considera como a sus señores,. ya que en ellos ve al Hijo de Dios. La razón que da para. justi.ficar esta actitud es que ellos, y solamente eUos, le hacen presente lp único visible en este mundo del altísimo Hijo de Dios, su .cuer,po y sangre sacramentados (Test 6-10). En una Iglesia clericalizada, como era la medieval, el sacramento del orden se convierte .para Francisco en la clave de la presencia salva– dora del Señor; no sólo porque en ellos ve al Hijo de Pios, sino porque su poder sacramental los hace in.dispensables para que el Jesús encamado que nació, vivió, murió y resucitó en G_alilea, s~ga presente en la. Iglesia comunicando su grada a los hombres. Sin duda, las doctrinas heréticas, en especial la cátara y la valdense, sobre los sacramentos del orden y de la eucaristía. favorecieron en la Igle– sia, por reacción, la estima de la presencia de Jesús en ellos. De ellos trata Francisco ampliamente; de la penitencia apenas habla. Pero esto no quiere decir que desconociera la virtualidad de la presencia del Señor en los demás actos sacramentales que habían quedado como en la penum– bra. La práctica de la Iglesia suele acentuar en cada. tiempo la vivencia de aquellos aspectos que corren mayor peligro; y no cabe duda de que al principio del siglo XIII era el problema de la eucaristía el que mayor– mente pesaba sobre la Iglesia. De ahí que no sea extraño que Francisco asumiera esta -defensa de la eucaristía que la misma Iglesia de Roma, encabezada por Inocencio 111, había emprendido :como una cruzada. La presencia gloriosa del Señor en la Iglesia no se reduce a los sacra– mentos. Los nombres y las palabras escritas, que hacen posible la sacra– mentalidad del misterio, también ·transparentan su gracia acogedora. Fran– cisco asocia siempre los nombres y las ·palabras escritas del Señor a su cuerpo y su sangre. La Palabra hecha carne continúa estando presente en los sacramentos, sobre tocio en la eu:caristía, en virtud de las palabras santificadoras de la liturgia; gesto y palabra se cbmplementarÍ hasta for– mar el don benevolente de la grada que nos permite salir de nuestro propio cerco para vivir en libertad ese nuevo modo dé ser hombres. Si debemos venerar la eucaristía es porque «nada tenem~s ni vemos corporalmente en este mundo del mismo Altísimo, sino el cuerpo y la sangre, los nombres y las p_alabras escritas, por los q1,1e hemos sido hechos y trasladados de la muerte a la vida» (CtaCle 1-3; lCtaCus 2). Los nombres y palabras a las que hace referencia Francisco tienen para él un significado muy singular. Las .«palabras del Señor escritas» podrían
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