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LA SANTA MADRE IGLESIA 293 s10n de Francisco, así como el silencio de las Reglas sobre la práctica eucarística, nos ,podrían llevar •erróneamente a fa conclusión, de no existir otros Escritos, de que la presencia €lel Señor cultivada por Francisco no era precisamente la sacramental. Sin embargo, hay que desechar tal hiipótesis puesto que las Fuentes en general avalan no sólo la devoción sino•la obsesión del Santo por la presencia sacramental de Jesús. Para Francisco, lo único que salva es el cuerpo, la sangre y la palabra de nuestro Señor Jesucristo (2CtaF 34). Esta presencia sacramental ofre– cida por Jesús desde la Iglesia es una continuación en el tiempo de la oferta salvadora de la Trinidad al hacer que el Hijo del Padre se hiciera hombre por obra del Espíritu Santo. En la Admonición 1, dedicada al cuerpo del Señor, describe este acercamiento respetuoso y humilde de la divinidad subrayando su terca fidelidad de permanecer con nosotros para siempre: «Diariamente se humilla, como cuando desde el trono real des– cendió al seno de la Virgen; diarjamente viene a nosotros Él mismo en humilde .apariencia; diariamente desciende del seno del Padre al altar en manos del sacerdote. Y como se mostró a los apóstoles en carne vercia– dera, así también ahora se nos muestra a nosotros en el pan consagrado. Y lo misR:10 que ellos con la vista corporal veían solamente su carne, pero con los ojos que contemplan espiritualmente creían que Él era Dios, así también nosotros, al ver con los ojos corporales el pan y el vino, veamos y creamos firmemente que es su santísimo cuerpo y sangre vivo y verda– dero. Y de esta manern está sieropre el Señor con sus fieles, como Él mismo dice: Ved que yo estoy con vosotros hasta la consumación del siglo» (Adro 1, 16-22). Si la presencia sacramental de J e¡,¡ús es continuadora de su encarna– ción y fundamentadora de la Iglesia, los sacerdotes que la hacen posible constituyen para Francisco la parte más noble del edificio eclesial, hasta el punto de que para él la Iglesia es, primordialmente, la jerarquía. Su dignidad está relacionada con el oficio, no con la persona; por ello no duda en exigirles una santidad acorde con su dignidad, comparándolos nada menos que con María. Pues «si la Virgen es tan honrada, como es justo, porque lo llevó en su seno; si el Bautista .se estremece dichoso y no se atreve a palpar la cabeza santa de Dios; si el sepulcro en que yació por algún tiempo es venerado, ¡cuán santo, justo y digno debe ser quien toca con las manos, toma con la boca y el corazón y da a otros no a quien ha de morir, sino al que ha de vivir eternamente y está glorificado y en quien los ángeles desean sumirse en contemplación! Considerad vuestra dignidad, hermanos sacerdotes, y sed santos, porque Él es santo. Y así como os ha honrado el Señor Dios, por razón de este ministerio, por encima de todos, así también vosotros, por encima de todos, amadle, reverenciadle y honradle» (CtaO 21-24).

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