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290 J. MICÓ sial de la Encarnación) relacionarla con la figura material del templo. Así, María es elegida por el Padre y consagrada con Ia presencia del Hijo por medio .del Espíritu Santo. Unas imágenes que recuerdan todos los ele– mentos que la liturgia emplea para la consagración de un templo, y que convierten a María en el lugar donrde s.e da toda la plenitud de la grach y todo bien. Su consentimiento para que el Hijo se haga carne en su seno la trans– forma en palacio, tabernáculo, casa y vestidura de Dios; cuatro imágenes que nos descubren la capacidad acogedora de María para •que en ella se haga presente y visible el invisible misterio de Dios. Como vasija de barro que en su humildad consiente en ser llena,da por la gracia del Todopode– roso, María se ofrece también hasta convertirse en estancia y morada de Dios entre los hombres. Esto, que Francisco canta de María, lo hace también, por trasposición, de la Iglesia. Ella ha sido igualmente elegida por el Padre y consagrada con la presencia del Hijo en el Espíritu. En ella se encuentra toda Ia ple– nitud de la gracia y todo bien. Ella es palacio, tabernáculo, casa y vesti– dura de Dios, porque lleva en sus entrañas al Señor y su Evangelio. De este modo, la dignidad de la Iglesia se hace creíble no tanto por su estruc– tura, sobre todo si se mira la incoherencia evangélica de los clérigos, cuanto por ser el lugar del encuentro entre el Dios trinitario y los hombres. El simbolismo del templo habitado por la Trinidad, que Francisco aplica a María y a la Iglesia, no se queda en pura metáfora desconectada del misterio salvador de Dios. Si la Iglesia es templo de 1a Trinidad, es porque los componentes que la forman, los creyentes abiertos a Dios, están habitados por esa misma presencia. Así, en la Carta a todos los fi'eles, Francisco les insinúa que, si viven coherentemente su compromiso evangélico, el Espíritu del Señor se posará sobre ellos, permaneciendo ~orno en su propia casa. Y serán hijos del Padre celestial, cuyas obras realizan; corno también esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo. Pues somos realmente esposos cuando nos dejamos conducir por el Espíritu en el seguimiento de Jesús; hermanos, cuando cumplimos la voluntad del Padre, que está en el cielo; y madres, cuando, albergán– dolo en nuestro corazón y en nuestro cuerpo por medio del amor y de una actitud acorde con el Evangelio, lo damos a luz a través de una conducta testimonial y ejemplar (2CtaF 48-53 ). Este dejarse habitar de una forma activa por las tres Personas divinas, es lo que convierte a la Iglesia en verdadero templo de la Trinidad, el espacio donde es posible vivir el misterio salvador de Dios, porque en él se hace presente y tangible, de forma sacramental, el inmenso amor que

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