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130 L. IRIARTE El título de esta Admonición sexta -Imitación del Señor- ciertamente no es de Francisco y no corresponde a su contenido; debería decir más bien Seguimiento. 3 FIGURAS MÍSTICAS En las oraciones personales de Francisco que han llegado hasta nos– otros, en general, se dirige a Dios de forma inmediata con expresiones de sentido directo, y no utiliza términos alegóricos. Por ejemplo, en las Alabanzas al Dios altísimo, los atributos de Dios se enuncian, por un cora– zón inflamado después del éxtasis de la estigmatización, en su sentido natural, aunque profundamente bíblico. Así también ocurre en la Pará– frasis del Padr.enuestro. Sólo el Saludo a la bienaventurada Virgen María está lleno de figuras bíblicas: palacio, tabernáculo, casa, vestidura ... En la experiencia mística de Francisco, el punto central lo ocupa la Trinidad. Aquí no se trata, ciertamente, de nociones figurativas. Le gusta llamar al Dios altísimo con el término de Padre santo, como Jesús en la oración de la última Cena, incluso y repetidamente en el texto de los salmos del Oficio de la Pasión. (cf. ·1 R 22). Le gusta ver en Cr1isto al Hermano; y en el Espíritu Santo, al Esposo (cf. 2CtaF 54s.). Y he aquí una originalidad de Francisco. Mientras en la tradición eclesiástica, ya desde el tiempo de los Padres, Cristo es el Esposo de las almas santas, especialmente de las vírgenes consagradas, Francisco recoge una imagen tan bíblica, pero refiriéndola al Espíritu Santo. De hecho, en el A.T. la esposa representa al pueblo de Israel, tantas veces infiel a su esposo Dios; en el N.T., la esposa de Cristo es la Iglesia. Pero el Espí– ritu Santo es el que realiza la unión misteriosa del alma con Dios en el amor. Francisco ve especialmente esta realidad maravillosa en el relato de la Anunciación de María; por eso la saluda: «Hija y esclava del altísimo Rey sumo y Padre celestial, madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo» (0fP Ant.). Según parece, Francisco fue el primero en llamar a María Esposa del Espíritu Santo, concepto que hoy es común en teología. De esta manera, María se convierte en el modelo y tipo de toda mujer que se consagra a Dios y se empeña, como Clara y sus hermanas, en el seguimiento de Cristo. El paralelismo es sorprendente: «Os habéis hecho hijas y esclavas del altísimo sumo Rey Padre celestial y os habéis des– posado con el Espíritu Santo» (FVCl 1). Y no se trata solamente de una actitud femenina. En la Carta a los fieles Francisco habla a todos los cristianos, hombres y mujeres, de la comunicación mística de las tres Personas, en la que el abrazo filial con Dios se hace también maternal y nupcial al mismo tiempo: « Y sobre 3 Cf. K. EssER: La imitación del Sefwr (Adm 6), en Sel Fran núm. 12 (1975) 297-302.

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