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142 L. IRIARTE Calef y Josué, los dos exploradores enviados por Josué a Jericó, Elías y Eliseo, Juan Bautista y Jesús en cuanto hombre, los dos discípulos de Emaús, Pedro y Juan que corren juntos al sepulcro y también suben juntos al templo hacia la hora de nona... ». Y continúa analizando las varias figuras: «El abad Joaquín, donde habla de Esaú y de Jacob, subraya también que la Orden prefigurada en Esaú se fue con las hijas de Heth (Gén 24, 36), esto es, con las ciencias mundanas, como por ejemplo Aris– tóteles y otros filósofos. Y ésta es precisamente la Orden de los predi– cadores, prefigurada también en el cuervo... Pero Jacob, hombre simple, moraba en las tiendas (Gén 25, 27). Esta fue la Orden de los hermanos menores que al principio se consagró a la oración y se distinguió por el amor a la contemplación.» Hacia la mitad del siglo XIII hubo una exube– rancia de literatura pseudojoaquinista debida en parte a franciscanos; una de aquellas invenciones, atribuida falsamente al abad calabrés, tenía como título: Profecía de Joaquín sobre la Orden de los hermanos menores y predicadores. 8 La imagen que tuvo éxito fue especialmente la que hacía de la Orden de los menores una Orden seráfica, v, de la de los dominicos, una Orden querúbica. · «A semejanza de Elías y de Hcnoch -escribe Ubertino de Casale-, resplandecieron de modo especial Francisco y Domingo. El primero, puri– ficado por el tizón seráfico e inflamado por el ardor celestial, parecía incendiar todo el mundo. El otro, en cambio, como querubín desplegado y protector, luminoso por la luz de la sabiduría y fecundo por la palabra de la predicación, resplandeció luminosísimo sobre las tinieblas del mundo» (Arbor vitae). Dante expresó este distintivo de cada una de las dos Ordenes hermanas con versos bien conocidos: «Uno, lleno de seráfico ardor; / otro en sabiduría fue en la tierra / de querúbica luz el esplendor» (Par., XI, 37). III. CONCLUSIÓN De cuanto precede se pueden sacar algunas observaciones, en parte ya indicadas. Francisco, en sus escritos, no va por el camino de lo simbólico cuando cita los textos sagrados. Es un contemplador de hechos y palabras, «que son espíritu y vida», no un creador de fantasías sobre la base de figuras bíblicas, si bien utiliza aquellas figuras directas que él ha contem– plado. Es todo lo contrario de un visionario. En cuanto a las fuentes biográficas, ya hemos hecho notar cómo aque– llas que recogen los testimonios directos -Vida I de Celano, Tres Compa– ñeros, Leyenda de Perusa y también Espejo de Perfección- están casi exentas de figuraciones bíblicas. Estas figuraciones comienzan con la Vida II de Celano y se hacen normales con san Buenaventura. Alguien 8 STANISLAO DA CAMPAGNOLA: o.e., pág. 232s.

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