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136 L. IlUARTE toles era natural. Pero el hecho inaudito de las llagas impresas en el cuerpo de Francisco, que todos pudieron contemplar después de su muerte, era ya como una invitación a ver en Francisco una reproducción del Salvador. «Nunca se ha oído en el mundo un prodigio semejante, salvo en el Hijo de Dios, que es Cristo Señor... ; las cinco llagas son verdadera– mente los estigmas de Cristo», dice fray Elías en su carta. «Podía, en efecto, apreciarse en él una reproducción de la cruz y pasión del Cordero inmo– lado ... , cual si todavía recientemente hubiera sido bajado de la cruz... » (1 Cel 112). En la Vida II de Celano, Francisco es presentado todavía como «imagen ele Cristo crucificado», transformado en F,l por amor (2 Cel 135), pero asoma como una consigna de los responsables de la Orden de no ir más allá. Entretanto, sin embargo, circulaban entre los hermanos relatos como aquel del hermano que, la misma noche de la muerte de Francisco, lo vio vestido con una dalmática de púrpura, y seguido de una muchedumbre innumerable. «Muchos se separaron de la multitud y vinieron a preguntar al hermano: "Hermano, ¿no es éste el Cristo?" Respondió el hermano: "Sí que es él." Pero otros inquirían con nueva pregunta: "¿No es san Fran: cisqo?" Y el hermano respondía igualmente que sí. Y es que, igual al hermano que a la multitud que acompañaba a Francisco, les parecía que la persona de Cristo y la del bienaventurado Francisco era la misma» (2 Cel 219). Y Tomás de Celano siente la obligación de dar una explicación para evitar interpretaciones demasiado lanzadas. San Buenaventura no tuvo dificultad en acoger semejante concepción, más aún, se puede decir que es el primer responsable del concepto del alter Christus. Además de ver en Francisco un perfecto imitador de Cristo y un «repetidor de la predicación de Cristo», lo presenta sobre todo como copia viva de Cristo crucificado. 5 Ubertino de Casale, portavoz de los espirituales, desarrollará al máximo esta concepción en su libro Arbor vitae crucifixae 1esu, y las Florecillas harán de ella como un postulado que ya no se discute: «Primeramente se ha de considerar que el glorioso messer san Francisco, en todos los hechos de su vida, fue conforme a Cristo bendito" (Flor 1). Lo que Para Francisco fue seguimiento y pára san Buenaventura imita– ción perfecta y configuración mística, se convierte, en el siglo xrv, en conformidades. Se buscan estas conformidades en los más mínimos deta– lles: el número de doce en los apóstoles de Cristo y en los primeros compañeros de Francisco, y entre ellos no falta tampoco un Judas, que fue Juan de Capella; los discípulos son enviados de dos en dos; el ayuno de cuarenta días (cf. Flor 1, 7, 13). El mismo Francisco había dado pie a un cierto paralelismo entre él y Cristo con ciertos gestos de mimetismo, por así decir, de un enamorado de Cristo, corno el hecho de partir el pan y distribuirlo a los hermanos antes de morir, «creyendo que· era jueves» 5 Cf. L. IRIARTE: La imagen de san Francisco tal como nos la delinea san Buenaventura, en Naturaleza y Gracia 21 (1974) 196-207.

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