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134 L. IRIAR'tÉ mente para inculcar su doctrina sobre la pobreza interior en el campo de la ciencia y de la predicación. «La mujer estéril, decía, es el religioso que por sus oraciones y virtudes se santifica y edifica a los demás.» En cambio, el que se da con ambición al cultivo de la ciencia y el predicador que llama la atención con su elocuencia humana se encontrarán un día como la mujer fecunda que se vuelve estéril. «Repetía frecuentemente estas palabras en sus coloquios con los hermanos, y, sobre todo, en el capítulo, junto a la iglesia de Santa María de la Porciúncula, ante los ministros y los demás hermanos» (LP 103d; 2 Cel 164; LM 8, 2; EP 72). Probablemente, la Admonición VII: «Al saber siga el bien obrar», 4 responde al contenido de estas instrucciones a los hermanos. En este mismo sentido hablaba Francisco de cómo ser «madres de Cristo» me– diante las buenas obras (cf. 2CtaF 53). Los biógrafos, por su parte, ven en el mismo Francisco, pobrecillo y simple, a la estéril que se convierte en madre fecunda de muchos hijos (3 Cel 1; LM 3, 7). Y era normal que también el biógrafo de Clara viese en la santa, virgen y pobre, la misma realización típica, aunque citando un texto similar de Isaías (Is 54, 1). EL SÍMBOLO PENITENCIAL DE LA CENIZA Eminentemente bíblico, fue empleado con frecuencia por Francisco. Echaba ceniza en los alimentos para hacerlos insípidos, y decía: «La hermana ceniza es casta» (LM 5, 1; TC 15). En Greccio, se sentó en tierra sobre ceniza para dar a los hermanos una lección de simplicidad (2 Cel 61). A un hermano que quería un salterio para aprender letras, le dio tam– bién la lección <le la ceniza (2 Cel 195; LP 104; EP 4). Conocido es el sermón de la ceniza predicado a las señoras pobres (2 Cel 207). Un día se hizo llevar desnudo por las calles de Asís, mientras un hermano le echaba ceniza en la cabeza (LP 80; EP 61). Finalmente, quiso que, próximo a la muerte, esparcieran ceniza sobre él (1 Cel 110). ¿Tuvo FRANCISCO UNA PERSPECTTVA SIMBÓLICA DE LA CREACI<)N? No es este el lugar para discutir tan importante cuestión. La Edad Media en esto, como en otros aspectos de la cultura, vivía del simbolismo. Especialmente los teólogos místicos de la escuela de san Víctor, como después san Buenaventura, miraban la naturaleza como un espejo de las perfecciones del Creador, como un mensaje de Dios y como un camino para ascender a El. Las criaturas no interesan en sí mismas, sino en relación con Dios. Esta es la perspectiva que, especialmente, Buenaventura atribuye a Francisco. Pero si leemos sus escritos personales y examinamos también sus actitudes hacia las criaturas, tal cual aparecen en las biogra– fías, descubrimos que para el Pobrecillo las criaturas no son únicamente ' Cf. el comentario de K. EssER en Sel Fran núm. 23 (1979) 258-264.

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