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80 F. IGLESIAS todios estén obligados, por obediencia, a no añadir ni quitar nada de estas palabras... Y a todos mis hermanos mando firmemente, por obediencia, que no introduzcan glosas en la Regla ni en estas palabras ... » 11 La historia de la espiritualidad es una prueba elocuente de la táctica de la gracia y de la diversa psicología de los santos. Valga, por ejemplo, como contraste, el hecho de san Esteban de Muret (+ 1124), fundador de la Orden de Grandmont y elemento significativo en la prehistoria, por así decir, del evangelismo franciscano. 12 No obstante reconocer que ha dispuesto todo «con la ayuda de Dios, con el consejo de hombres peritos y religiosos y después de una probada y sólida experiencia», dice en el Prólogo de su Regla: «Nuestra Regla (habla a sus monjes) es el Evangelio; pero si alguno, con buena o con mala voluntad, os prueba que estas nor– mas son en alguna cosa contrarias al Evangelio, sean corregidas por los doctos.» He aquí otro tipo de gesto: la confesión humilde e inteligente de una posibilidad de error en la traducción misma del Evangelio, justifi– cando nada menos que el propio carisma. 2. CONSTATACIÓN AUTOBIOGRÁFICA La verdadera imagen de Francisco, según sus escritos, se hace historia y lección a partir de su experiencia decisiva de hombre nuevo. Una expe– riencia que él mismo nos ha contado al comienzo de su autobiografía, el Testamento. Cualquier estudio sobre la personalidad de Francisco debe tener en cuenta este pasaje absolutamente esencial. «El Señor me conce– dió a mí, el hermano Francisco, que así empezase a hacer penitencia: porque, como estaba en pecados, me parecía muy amargo ver leprosos. Y el Señor mismo me condujo en medio de ellos y practiqué con ellos la misericordia. Y, al separarme de los mismos, aquello que me parecía amargo se me tornó en dulzura de alma y cuerpo» (Test 1-3). Francisco constata una transformación radical del propio Yo, crite– rios, sentimientos, voluntad, descubriendo una dimensión, hasta ese mo– mento inédita para él, de la realidad, de la vida, de las criaturas, de sí mismo, a través de una experiencia fundamental y simplicísima: la expe– riencia d.e Dios, como valor absoluto, y la experiencia del hombre, como hennano. · «El Señor me concedió ... El Señor mismo me condujo... El Señor me dio... El Señor me reveló ... El mismo Altísimo me reveló... » (Test). Este dato de la irn1pción de Dios en su vida responde a un hecho concreto, . - ' ¡ 11 1 R 24, 4. Test 35-38; 2 R 4; 8; 9; 10; 11; 12; Test (varias veces); lCtaF II, 19-22; 2CtaF 87-88; CtaA 9; CtaCle 15; Ctaü 47-49; lCtaCus 9-10; 2Cta:Cus 4-7; BenBer 4-5; UltVol; etc. P. B. BEGUIN: San Francisco y la Iglesia. Defensa de un carisma, en CFR núm. 28 (1974) 208s.; IDEM: La personalidad de S. Francisco, en CFR núm. 35 (1976) 149s. 12 Cf. ILARINO DA MILANO: Un prefrancescanesimo nell'evangelismo di S. Ste– fano di Muret instUutore dí Grandmont?, en Miscellanea MelcJwr de Pobradura, vol. I, Roma 1964, págs. 75-97.

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