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EL HOMBRE DÉ HOY EN JiL PENSA1llliNTO DE LA lGLESlA 89 de la sangre, de la carne, del querer del hombre, 36 y las leyes de la psico– logía y de la sociología. Una fraternidad franciscana garantizará su iden– tidad promocionando desde dentro sus valores humanos en constante escucha del Espíritu, es decir, realizando a nivel comunitario la experiencia transformante de Francisco, siendo esclavos unos de otros por la caridad y sirviéndose desde la fe mediante una dinámica de grupo evangélico. La radicalidad de la actitud fraterna de Francisco para con el hombre tiene dos connotaciones típicas. Se trata, preferentemente, del amor bajo el signo ,de la misericordia y del amor bajo el signo de la mansedumbre, del servicio, de la modestia, de la máxima confianza y familiaridad. En primer lugar, un amor inmensamente comprensivo, compasivo, mise– ricordioso, que se pone a prueba -como gustaba imaginarse Francisco– en los casos límites y más comprometedores: ante los enemigos, ante el hermano difícil y culpable, por más que pueda haber pecado, ante los más débiles y necesitados de ayuda y piedad. 37 « Y todo aquel que venga a ellos, amigo o adversario, ladrón o bandido, sea acogido benévolamente» (1 R 7, 14). «Y deben gozarse cuando conviven con gente de baja condición y despreciada, con los pobres y débiles, con los enfermos y leprosos, y con los mendigos de los caminos» (1 R 9, 2). « Y amar y servir a los tales (a los hermanos que incluso nos sirven de estorbo para amar a Dios) vale más que vivir en un eremitorio» (CtaM 5-8). Pero, además, un amor exigente ofrecido con el gesto inconfundible de un corazón simple, pacífico, humilde y servicial, alegre y espontáneo, familiar y afectuoso. Por eso Francisco insiste, sobre todo, en el criterio evangélico del respeto, de la aceptación benévola, de la benignidad, del perdón, del afecto plenamente desinteresado, de la tolerancia, de la no– condcna, de la no-violencia, como táctica que asegura la objetividad de juicio y la sinceridad de afecto. 38 En esta perspectiva, actualizando el Sermón de la Montaña, el franciscano encuentra un elemento inconfun– dible de su modo de vivir y de ser hombre. 39 No basta amar como hennanos, hay que amar como auténticos her– manos 1nenores. Francisco ha logrado dar cauce v tono a sus tendencias altruistas domesticando evangélicamente la impetuosa autonomía de su Yo. 36 Cf. Jn 1, 13; S. NúÑEZ: Fraternalidad franciscana. Presupuestos antropo– lógicos y eclesiales, en Sel Fran núm. 21 (1978) esp. pág. 390s. ' 1 Cf. 1 R 2; 5; 9; 14; 17; 22; 2 R 7; 10; Adm 9; 11; 17; 18; 22; 24; 25; 26; CtaM; 2CtaF 42-44; ParPN; K. Ess1JR: La comunidad fraterna, en CFR núm. 4 (1968) 304s. " Cf. 1 R 2; 3; 5; 7; 9; 11; 16; 2 R 2; 3; 6; 10; Adm 23-26; Cánt; CtaL; 2CtaF; TestS; REr; M. Sncco: Mansedumbre y cortesía: virtudes del francis– cano, en Sel Fran núm. 11 (1975) 191s. 39 Cf. C. KosER: La espiritualidad de la Orden de los Hermanos Menores, en CFR núm. 13 (1971) 6s.; S. LóPEZ: La Regla de los Hermanos Menores, pacto de eterna alianza, en Sel Fran núm. 10 (1975) 57s.
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