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84 F. IGLESIAS advertimos cómo el esquema ele su personalidad se afirma y configura a base de un intenso proceso de liberación. Liberación de y liberación para. Un Yo siempre más liberado de todo complejo alienante, externo o interno, con su cabeza de puente en el propio egoísmo, en la propia ambición; un Yo siempre más capaz de acercarse, con corazón puro y cuerpo casto, a las criaturas y a los hombres; un Yo capaz de vibrar siempre más, puri– ficado de interferencias, ante la realidad absorbente y benéfica de Dios. Justamente por eso Francisco revela en sus escriti>s unidad interior, simplicidad ideológica, coherencia existencial, pureza de intentos, radica– lidad de estímulos, espontaneidad y transparencia, lógica y practicidad, ante los gestos y las fuentes inspiradoras de vida del Evangelio. En la vida de Francisco hay un hecho que tiene un valor y un simbo– lismo impresionantes: el proceso ante el oMspo de Asís. Entregando el dinero y los vestidos a su padre, dijo delante de todos: «De ahora en adelante diré con libertad: Padre nuestro, que estás en los cielos ... Des– nudo me entregaré al Señor» (2 Cel 12; cf. 1 Cel 14-15). No se trata de un salto en el vacío. En el camino de la libertad -como Pablo en el camino de Damasco o Agustín en el huerto florido de Milán-, Francisco encuentra a Dios. Sabe muy bien cuál es el alcance de su decisión: desnudo, es decir, teológicamente liberado, se entrega en manos del Padre. Y, efec– tivamente, con el corazón evangélicamente libre, le encuentra en sus palabras escritas del santo Evangelio, en sus palabras del crucifijo de San Damián, en sus palabras encarnadas en el deshecho humano de los leprosos, «los hermanos cristianos», como gustaba llamarlos, en sus pala– bras impresas en el maravilloso libro de la creación y, sobre todo, en su propio interior de hombre convertido que logra ir viviendo, con extra– ordinaria lucidez y frescura, la llamada evangélica a la libertad (cf. LP 64; EP 58). Leyendo desde esta óptica los escritos de san Francisco, es muy fácil advertir que los criterios promocionales del hombre evangélico, identifi– cado como Hermano menor, se sintetizan en la dialéctica cristiana de la libertad a base de cometidos pedagógicos y espirituales extremadamente lineales y simples. Y aquí está, en esta sencillez y radicalidad de líneas, el secreto del misterio de Francisco. Su pensamiento es reiterativo, obsesivamente reite– rativo casi; de tal suerte que el esquema y el proceso de su manera de ser hombre se reduce siempre, en realidad, a estas dos coordenadas funda– mentales: la ascética de la minoridad y la ascética de la caridad. He aquí, muy brevemente, unas referencias como pistas metodológicas de lectura. a) Ascética de la minoridad En el concepto de autorrealización 1nínorítica entra en juego en Fran– cisco un complejo proceso de madurez humana y evangélica bajo el signo común de la purificación, de la superación del propio Yo en lo que tiene de alienante y conflictivo, de cerrado y egoísta, en función. de una total disponibilidad.
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