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REFLEXIONES SOBRE EL TESTAMENTO 51 CONCLUSIÓN La impresión que nos da, después de haber leído con cierto deteni– miento el Testamento de Francisco, es que se trata de un documento pro– ducido por una situación especial. La iluminación del contexto histórico nos evidencia el drama de un hombre preocupado por orientar una Fra– ternidad que le venera, pero que no le necesita, sobre todo entre los dirigentes, para su estructuración dentro de la Iglesia. La funcionalidad que exigió en el servicio del generalato, hasta el punto de que los ministros debían buscar una solución si el General no era capaz de desempeñar bien el cargo, se había aplicado a su persona. Impotente para gobernar la Orden, entre otras cosas por su enfermedad, se le nombró un Vicario general para que llevase, prácticamente, el peso del gobierno de la Orden. Desde entonces, la figura de Francisco fue tomando un matiz cada vez más reverente, al mismo tiempo que se le alejaba de los problemas reales que una Fraternidad en evolución llevaba consigo. Tal vez Francisco no percibió este distanciamiento y, por eso, se creyó siempre con la obligación de dirigir al grupo de acuerdo con su visión del carisma. Dentro de este ambiente aparece el Testamento. No hay que buscar en él la voz de un resentido que quiere dejar claro, ya por última vez, la violencia y el manejo que, de su intuición evangélica, han hecho la Curia y los intelectuales. Francisco es incapaz de eso porque es hombre de fe y sabe que la forma de vida que el Señor le ha concedido no puede realizarse sino dentro de la Iglesia que el papa preside. Si hubiera que considerarlo como una queja, tendría que ser contra los que no son fieles al carisma nacido de su experiencia personal y trans– mitido a la primitiva Fraternidad, cristalizado en la Regla aprobada por el papa. A este grupo, que en términos generales podría incluir hasta la Curia, en cuanto fomentadora de una dirección en la Orden no del todo consecuente con su opción minorítica, es a quien parecería dirigirse este sorprendente Testamento. Pero no; el Testamento no es una queja sino la humilde afirmación del modo de vida que el Señor le ha concedido y ahora comparte con sus hermanos. No es que Francisco pretenda imponerlo como la única forma de vivir el Evangelio; él reconoce y acepta la libre iniciativa divina que se mani– fiesta en formas diversas de comunicación y de respuesta amorosa. Por eso alerta a los que han elegido compartir su vida evangélica, para que no traten de desvirtuarla amañándola a las cortas posibilidades de su egoísmo. La forma de vida expresada en la Regla es puro don del Señor, ofrecido en gracia, y manifestación salvadora de su voluntad; de ahí que sobrepase todo esfuerzo humano de realización que no se abra a la fuerza operante del Espíritu. Francisco está convencido de que así como el. Señor le concedió vivir la forma del santo Evangelio, así también le concede, a pesar de sus
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