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50 J. MICÓ Hijo y al Espíritu para la salvación de los hombres. Igualmente, el ámbito de acción para las «virtudes celestes», los ángeles, y los santos es también la tierra. Los demás escritos suele terminarlos con una bendición; bendición condicionada a la copia y propagación de escrito enviado (CtaCus 9; CtaCle 15) o a su cumplimiento (2CtaF 89; Ctaü 49; CtaA 10). En la 1 Regla junta estas dos condiciones, pidiendo a Dios que es omnipotente, trino y uno, bendiga a todos los que enseñen, aprendan, conserven, recuer– den y pongan en práctica estas cosas, cuantas veces repiten y hacen lo que aquí está escrito para la salud de nuestra alma (1 R 24, 2). Fuera de este contexto, tenemos la bendición a Fr. León, que Francisco tomó del libro de los Números. No está condicionada al cumplimiento de ninguna cosa, sino que la escribió para consolar al compañero atribulado por una tentación, como nos dice Celano (2 Cel 49). Esta bendición testamentaria está influenciada por una atmósfera de catástrofe inminente propia de ambiente proféticos. Dentro de este am 0 biente hay que entender las amenazas y bendiciones que Francisco, en nombre de Dios, lanza sobre los que, habiendo escuchado sus palabras, las olvidan o las ponen en práctica. En los escritos de santa Hildegarda se leen también, aunque en un tono más apocalíptico, unas bendiciones parecidas: «Cualquiera que rechace -dice- las místicas palabras de este libro, extenderé mi arco sobre él. .. ; cualquiera que lance maldiciones contra esta profecía, se revolverán contra él; y el que la acepte y guarde en su corazón, será colmado por la bendición del celeste rocío... Y el que la guste y conserve en su memoria, será como un mirrado monte... Si alguien las ocultara por temor del dedo de Dios y las redujera insensatamente o las llevara a un lugar extraf10 por motivos humanos ... ese será condenado» (PL 197, 738). Esta costumbre de bendecir estuvo bien arraigada en el Santo. Ben– decía no solamente a las personas, sino incluso a los animales y cosas (1 Cel 108; 58; EP 124; 1 Cel 63). Los biógrafos han conservado, aunque de forma un tanto polémica, la última bendición a sus frailes en las personas de sus representantes. Para aclarar el lenguaje usado en la bendición testamentaria, traemos la que, según Celano, dio Francisco a fray Elías: «A ti, hijo mío, te bendigo en todo y por todo. Y como bajo tu dirección el Altísimo ha multiplicado mis hermanos e hijos, así sobre ti y en ti los bendigo a todos. En el cielo y en la tierra te bendiga Dios, Rey de todo el universo. Te bendigo cuanto puedo y más de lo que yo puedo; y lo que yo no puedo, hágalo en ti quien todo lo puede... » (1 Cel 108). La bendición del Santo en el Testamento, o más exactamente, el deseo de que Dios les bendiga, es absoluta; abarca el cielo y la tierra, la inte– rioridad y la exterioridad. La benevolencia de Dios, lo confirma Francisco, está en aquellos que tratan de serle fieles observando las cosas que les escribe. Les ofrece lo mejor que tiene y puede, la certeza de que Dios está con ellos.

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