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REFLEXIONES SOBRE EL TESTAMENTO 49 Evangelio. La tónica de los movimientos pauperísticos fue de una acep– tación pura y simple del Evangelio, sin ningún tipo de alambicamientos propios de los intelectuaes eclesiásticos. Esto mismo parece reflejarse en Francisco. Celano nos lo presenta ya en los orígenes de su conversión como atento oyente del Evangelio que lo grababa en su mente con el fin de cumplirlo a la letra (1 Cel 22). Puesto que la Regla no es más que la articulación práctica del Evangelio, tampoco se le deben hacer glosas. El Esp.ejo de Perfección exagerará esta actitud al máximo haciendo tronar en el aire, hasta el punto de ser oída por los ministros que habían acudido a impedir la redacción de la Regla, la voz del mismo Cristo: «Francisco, todo lo que contiene la Regla es mío y nada hay que sea tuyo, por eso quiero que se observe así, a la letra, a la letra, a la letra; sin glosa, sin glosa, sin glosa» (EP 1). Demasiado apoteósico para que pueda ser verdad; no obstante, refleja la proyección histórica de una de las tendencias que hicieron de la observancia de la Regla a la letra, no del todo ajena a la mentalidad del Santo, bandera de sus reivindicaciones. La inteligencia simple y sin glosa de la Regla y de este escrito está orientada a la posibilidad de cumplirla mejor. En varios escritos se repite este deseo de que tengan siempre presentes las advertencias hechas, con el fin de ponerlas en práctica (1 R 24, 1-3; CtaO 48; CtaCle 15; 2CtaF 86; CtaM 19; CtaA 10). La observancia de estas normas no depende, principalmente, del querer humano, sino de la santa operación, enten– diendo por esto la actuación del Espíritu que obra en nosotros (Test 38; 2CtaF 87). Francisco está convencido de que la docilidad a esta acción santa hace innecesario todo recurso a las glosas para cumplir la Regla. Tal vez dicho convencimiento estuviese motivado, además de por su cali– dad espiritual, por la ignorancia práctica que tenía de las condiciones en que se estaba desarrollando la Fraternidad, sobre todo fuera de Italia. Lo cierto es que estos fragmentos muestran la tragedia con que tuvo que finalizar sus días, pretendiendo controlar una vida, la de la Orden, que ya se le escapaba de sus manos. 13. Y todo el que observare estas cosas, sea colmado en el cielo de la bendición del altísimo Padre, y sea colmado en la tierra de la bendición de su amado Hijo, con el santísimo Espíritu Paráclito y con todas las virtudes de los cielos y con todos los santos. Y yo, el hermano Fran– cisco, vuestro menor siervo, os confirmo cuanto puedo esta santísima bendición, tanto dentro como fuera (Test 40-41). Esta bendición final, para los que observen lo antes mandado, es la más solemne de todas las aparecidas en sus escritos. En realidad, no se trata de una bendición suya, sino que confirma, simplemente, la hecha por el altísimo Padre en el cielo, y por su querido Hijo con el Espíritu Santo, ángeles y santos, en la tierra. La distinción es curiosa porque supone que el Padre no ha dejado el cielo, pues desde allí ha enviado a la tierra al
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