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48 J. MICÓ es para que cumpla su m1s1on de ayuda en el empeño de todos los frailes por realizar mejor la vida que en ella se nos propone. Por eso insiste, mandándolo por obediencia, que nadie añada glosas ni a la Regla ni al Testamento, sino que se entienda pura y simplemente como el Señor le dio a entender. El temor que tenía el Santo de que los intelectuales «explicaran» estos textos fundamentales, dándoles una interpretación que justificara sus posturas, estaba más que fundado. En la Fraternidad existían ya un buen grupo de juristas y entendidos en leyes que podían glosar estos textos, de por sí claros, de modo que favorecieran sus proyectos. Para nadie es un secreto la división de mentalidades que existían res– pecto a la naturaleza y misión de la Fraternidad. Si la Regla había ya fijado eclesialmente el carisma de Francisco, cabía, no obstante, la posibi– lidad de «glosarla», incluyendo en sus postuados generales aquellas inter– pretaciones que contenían los elementos necesarios para una evolución de la Orden acorde con sus proyectos. No acusamos a esta tendencia de mala voluntad. Su formación y el apoyo que la Curia les ofrecía eran más que suficientes para entender así las cosas y procurar, por todos los medios, realizarlas de ese modo. Pero esto no quita que Francisco quisiera también defender hasta el último momento su propia visión por consi– derarla un don del Señor. Así se explica el esfuerzo por evitar toda glosa que empañe la transparencia que del Evangelio ofrece la misma Regla. El problema radicaba en que, para Francisco, la Regla pura y simple le ofrecía un ámbito suficiente y exclusivo para realizar su proyecto de vida, mientras que, a los intelectuales, les resultaba demasiado estrecha y condicionante para estructurar la Fraternidad de acuerdo con las nuevas situaciones. De ahí que surgiera el conflicto y el deseo de solución recu– rriendo a las glosas. Por otra parte, no es que Francisco se opusiera a una clarificación de la Regla. Lo que pretende es evitar todo retorcimiento jurídico que em– brolle su fiel cumplimiento. Los útimos escritos del Santo, y en especial el Testamento, son una referencia a la realización, cada vez mejor, de la forma de vida que han prometido. Aunque la prohibición se refiere principalmente a la Regla, afecta también al Testamento por considerarse una ayuda para cumplirla mejor. Lo que posteriormente constituiría, el caso de las glosas, un medio normal de aclarar situaciones conflictivas entre la vida y la Regla empleado, incluso, por el mismo papa, no llegará al Testamento. Con él no hubo necesidad de glosas porque, simplemente, se le barrió de la circulación. El grupo de adictos a Francisco y, posteriormente, los Espirituales serán los custodios celosos de esta última voluntad de Francisco. Volviendo de nuevo al contexto de este rechazo del Santo por la glosa, podría parecernos que se trata de una originalidad suya. Ya vimos antes cómo forma parte del ambiente profético de su tiempo. Los grupos heré– ticos del siglo xn mantuvieron idéntica actitud frente a las glosas del
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