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REFLEXIONES SOBRE EL TESTAMENTO 47 12. Y el ministro general y todos los otros ministros y cus– todios estén obligados, por obediencia, a no añadir ni quitar nada a estas palabras. Y tengan siempre consigo este escrito junto a la Regla. Y en todos los capítulos que celebren, cuando lean la Regla, lean también estas palabras. Y a todos mis h.ermanos, clérigos y laicos, mando firmemente po1· obediencia que no introduzcan glosas en la Regla ni en estas palabras, diciendo: «Así han de ser entendidas». Sino que tal como me dio eJ. Señor decir y escribir simple y puramente la Regla y estas palabras, así de simplemente y sin glosa las enten– dáis y, con santa actividad, las observéis hasta el fin (Test 35-39). Estos fragmentos conclusivos son típicos de Francisco, según el modo que tiene de determinar sus escritos. Responden a la convicción que tenía el Santo de hablar en nombre de Dios; es decir, que se sentía profeta. Durante todo el siglo XII, se había ido creando este ambiente y no faltaban personajes, como Joaquín de Fiare, santa Hildegarda o santa Isabel de Schoenau, que encarnaban este sentimiento general. , •La preocupación de Francisco de que no se altere el texto de la Regla ni del Testamento entra dentro de este ambiente profético. Santa Hilde– garda advierte también, en uno de sus escritos, que nadie sea tan audaz de añadir o quitar nada, para que no se le borre del libro de la vida y de toda bendición existente bajo el cielo (PL 197, 1038). El mismo Francisco, en la J Regla, manda firmemente y obliga, apo– yándose en Dios omnipotente, el señor papa y la obediencia, que, sobre lo escrito, nadie disminuya o añada algo (1 R 24, 4). La advertencia no parece superflua, sobre todo en el Testamento, si tenemos en cuenta la oposición de algunos ministros respecto a la formulación de la Regla. El Espejo de Perfección, aun dentro de su polemicidad, insinúa la labor de dichos ministros por suprimir partes de la Regla (EP 1). Tal caso no se dio en el Testamento porque se le anuló desplazándolo del marco jurídico, que era lo único que contaba para ellos. Otro aspecto importante es la voluntad de Francisco de mantener siempre presentes sus escritos; concretamente en el Testamento, man– dando que lo tengan juntamente con la Regla y lo lean cuando se lea ésta en los capítulos, y, en otros escritos, recomendando que los guarden consigo, los lean, los aprendan de memoria y los propaguen (CtaF 87; CtaO 47s.; CtaCle 15; lCtaCus 9; CtaA 10). Esta constante general, sobre todo en los escritos epistolares, se acen– túa en el Testamento. A pesar de reconocer que no se trata de «otra Regla», sin embargo, insiste en que se tenga siempre junto a ella. Algunos franciscanistas más radicales ven aquí la última voluntad del Santo por mantener a toda costa su carisma; de ahí que mande tener el Testamento junto a la Regla, como testimonio perenne de que en ella se ha domesticado su modo de entender la vida evangélica. Pero una lectura serena no nos dice esto. Si Francisco quiere mantenerlo junto a la Regla,

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