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REFLEXIONES SOBRE EL TESTA~IENTO 43 admitidos (2 R 2, 2-3). Al final de la misma Regla manda a los ministros que pidan al papa un Cardenal Protector para, entre otras cosas, perma– necer estables en la fe católica (2 R 12, 3. 4). Igualmente, en la Carta a todos los Fieles, también les exhorta a ser católicos (2CtaF 32). De todos estos textos parece deducirse que la catolicidad supone para Francisco creer lo que cree la Iglesia. Pero esta fe está condicionada por el modo en que la negaban los herejes de su tiempo. Así hace referencia a la sacramentalidad (2 R 2, 2), y más en concreto al sacerdocio ministe– rial. En la J Regla, hablando de la catolicidad, se manda a los frailes que tengan a todos los clérigos y a todos los religiosos por señores, en aquellas cosas que pertenecen a la salud del alma y no se opongan a la religión, venerando en el Señor el orden y oficio y administración de ellos (1 R 19, 3). En el capítulo siguiente, presenta a los sacerdotes católicos, es decir, los que viven según la santa Iglesia romana y se distinguen de los herejes, como ministros del sacramento de la penitencia (1 R 20, 1-4). Y en la Carta a todos los Fieles, al ruego de que sean católicos, hace seguir su deseo de que visiten las iglesias y veneren y reverencien a los clérigos, aunque sean pecadores (2CtaF 33). El concepto, pues, de catolicidad que tiene el Santo, aunque incluye la fe de la Iglesia, la rebasa, extendiéndose a todo lo que ella manda. Por eso dice en la Carta a toda la Orden que si algunos de los hermanos no quisieren guardar estas cosas (el Oficio y demás mandatos de la Regla), no los tiene por católicos ni por hermanos (CtaO 44). Al introducir la obediencia a la Regla dentro del concepto de catoli– cidad, se explica un poco la dureza con que trata a los transgresores. Contrasta enormemente la actitud de mansedumbre y amabilidad que adopta Francisco y pide a los demás, con este modo de proceder. Un caso típico es la Carta a un Ministro, donde le exige, como signo de amor a Dios y a la persona del Santo, este modo de comportarse: Que no haya ningún hermano en el mundo, por pecador que sea, que, después de ver tus ojos, se aparte jamás sin tu misericordia, si es que la pide; y si no la pidiera, pregúntale tú si la quiere. Y si se presentase mil veces ante tus ojos, ámalo más que a mí para llevarlo así al Señor y poder apiadarte siempre de ellos. Y cuando puedas, avisa esto a los guardianes: que por tu parte estás resuelto a obrar así. De todos los capítulos de la Regla que tratan de los pecados mortales haremos en el Capítulo de Pente– costés, con la ayuda de Dios y el consejo de los hermanos, el decreto siguiente: «Si alguno de los hermanos, por instigación del enemigo, pecare mortalmente, tiene que recurrir por obediencia a su guardián. Y todos los hermanos que se enteren de su pecado no lo avergüencen ni le menos– precien, sino demuéstrenle misericordia y mantengan oculto su pecado, porque no necesita de médico el sano sino el enfermo. Igualmente, por obediencia, tienen que enviarlo a su Custodio con un compañero. El mismo Custodio provea de él con misericordia, como quisiera que le tratasen a él mismo si se encontrara en la misma situación» (CtaM 9-17).

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