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42 J. MICÓ son los que no viven ni piensan de modo católico. No aparecen de forma explícita los desobedientes, pero se sobreentienden por el contexto y el hecho de ir algunas veces relacionados los conceptos de obediencia, Oficio y catolicidad (CtaO 43-45). La «falta» del primer grupo no parece ser tanto la omisión cuanto el cambio del Oficio. La Regla dice simplemente que los clérigos hagan el Oficio divino según la ordenación de la santa Iglesia romana, excepto el salterio. Los laicos dirán los «Padrenuestros» (2 R 3, 1-4). Quiénes eran los que no estaban conformes con este tipo de Oficio y cómo lo querían cambiar, no lo sabemos. Lo cierto es que, dada la ten– dencia monaquizante, pronto se llegó al canto solemne del Oficio. Giano refiere en su Crónica que en el primer Capítulo provincial de 1222, cele– brado en Worms, tuvieron que decir la Misa y el Oficio en la catedral por no disponer de un lugar adecuado. Celebró la Misa un hermano de la Orden, y los canónigos en un coro y los frailes en otro, cantando alterna– tivamente, cumplieron el Oficio divino con gran solemnidad. 23 Esta costumbre de cantar el Oficio debía estar bastante extendida para provocar la atención de Francisco. En la Carta a toda la Orden, ruega al Ministro general que haga observar inviolablemente la Regla por todos, y que los clérigos digan el Oficio con devoción ante Dios, no mirando la melodía de la voz, sino la consonancia de la mente con Dios, a fin de que se le pueda aplacar por la pureza del corazón y no alargar los oídos del pueblo con el refinamiento del canto (CtaO 40-42). 24 De todos modos, no se puede asegurar que sea a estos partidarios del Oficio divino solemne a los que se refiere Francisco como cambiadores del Oficio. Tal vez pudieran ser también aquellos que, reacios al cambio producido por la Regla, donde se toma el Oficio de la Curia papal, excepto el salterio, quisieron seguir rezando el Oficio antiguo. Indudablemente para Francisco esto era grave y permanecen en el misterio los motivos que tenía para considerarlo así. SEAN CATÓLICOS En cuanto a los del segundo grupo, los que «no son católicos», resulta difícil delimitar el sentido que le da el Santo. En todos sus escritos se nota una gran preocupación por mantener la catolicidad de los frailes. En la 1 Regla dedica el capítulo 19 a este particular, advirtiendo que todos los hermanos sean católicos, vivan v hablen como católicos (1 R 19, 1). La 2 Regla también pide a los candidatos a la Fraternidad que sean exami– nados diligentemente sobre las verdades de la fe católica y los sacramentos de la Iglesia. Y, si creen en todo ello, si lo quieren confesar fielmente y observar firmemente hasta el fin, podrán, por lo que a esto respecta, ser 23 J. DE GIANO: Crónica, núm. 26; l.c., pág. 251. 24 Cf. O. SCHMUCKI: La oración litúrgica..., en Sel Fran núm. 24 (1979), especial– mente pág. 493s.

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