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40 j. MICÓ la unidad era recurriendo al cumplimiento de la Regla, no Como libre y responsable exigencia, sino como impuesta y obligatoria ley. Francisco quiere a toda costa salvar la unidad, y por eso sacrificará la entonces débil responsabilidad personal a la voluntad del superior. Él mismo se entrega en actitud de vasallaje feudal en sus manos, de modo que no pueda ir ni hacer nada fuera de la obediencia y su voluntad. Práctica– mente reduce la obediencia a los estrechos límites de la voluntad del superior. ¿Tan grave era la situación de anarquía para tomar tal decisión? La carta enviada a Fr. León respira una confianza que contrasta con la dureza del Testamento. Nada menos que le deja en libertad para agradar al Señor y seguir sus huellas y pobreza del mejor modo que le parezca. ¿Denota esto que tanto Francisco como sus compañeros habían vivido su proyecto evangélico en libertad y ahora, obligados por las circuns– tancias, tenían que doblegarse ejemplarmente a la voluntad de los supe– riores? Celano dice, en su Vida JI, que al dejar Francisco el generalato renunció también a sus compañeros, pidiendo un guardián que hiciese para él las veces del General y así poder obedecerle (2 Cel 144 y 151). Dentro de la función ejemplar que tiene el relato, es posible que se esconda algo de realidad. EL OFICIO DIVINO El segundo tema de este fragmento es el Oficio divino. Algo muy im– portante debería ser para la vida de la Fraternidad cuando el Santo lo tomó con tanta obsesión. La preocupación por el cumplimiento de la Regla, y más en concreto del Oficio, no aparece sólo aquí. En la Carta a toda la Orden hace una confesión pública de lo que él dice ser sus pecados: «Falté -dice Francisco- en muchas cosas por mi grave culpa, especialmente porque no guardé la Regla que prometí al Señor, ni dije el Oficio como manda la Regla o por negligencia, o por mi enfermedad, o porque soy ignorante y sin letras» (CtaO 39). Ni la imposibilidad de manejar con soltura el breviario, ni su enfer– medad, sobre todo la de los ojos, quiere que sean motivo suficiente para dejar de rezar el Oficio. Si no puede hacerlo materialmente, al menos oirá al clérigo y recitará las partes que se sabe de memoria. Fr. León escribió en el breviario de Francisco que todos los días quiso rezarlo; cuando enfermó, como no podía, quiso escucharlo. Y este brevia– rio lo conservó con él mientras vivió. Celano, en la Vida JI, ilustra la devoción con que rezaba el Santo: Recitaba las horas canónicas con no menor reverencia que devoción. No quería, a pesar de estar enfermo de los ojos, del estómago, del bazo y del hígado, durante la salmodia apoyarse en la pared o en el respaldo del coro, sino que siempre rezaba de pie y sin tener el capucho puesto, sin distraer la mirada y sin interrupciones. Si viajaba a pie se paraba para rezar; si a caballo, se bajaba. Un día
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