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RBFLllXIONSS SOBRÉ EL TESTAMENTO 37 celebrar misa, aun en tiempo de entredicho, en las propias iglesias. De esto se deduce que ya existía la tendencia a tener iglesias propias junto ,al convento y, por tanto, a pedir privilegios para tales iglesias. Tampoco se deben pedir para «otros lugares». Por las primeras cartas de fundaciones, sabemos que no sólo se imponía a los religiosos la depen– dencia respecto a los obispos, sino que llegaban hasta obligarles a no tener ni capilla consagrada, ni altar fijo, etc. Ante estos condicionamientos se explica la tendencia a recurrir a Roma en busca de apoyo. El Espejo de Perfección dedica un capítulo, muy significativo, al modo cómo debían adquirirse los conventos en las ciudades y a la forma de edificar en ellos, según la intención del bienaventurado Francisco. Teniendo en cuenta, una vez más, el trasfondo polémico que anima este escrito, creo, sin embargo, que debemos fiarnos de la actitud reflejada en el Santo. En primer lugar, una vez determinado el terreno, deberían presentars~ al obispo y pedirle permiso para edificar. Solamente después podían ya permitir que se les construyeran casas humildes y pobres~ como también pequeñas iglesias (EP 10). Otra de las prohibiciones objetivas del recurso es: «por motivo o bajo pretexto de predicación». La voluntad de Francisco es categórica a este respecto. Reconocía en el obispo la máxima autoridad diocesana y quería, por tanto, estar a sus órdenes en el apostolado. La Vida JI de Celano trae una anécdota a este respecto. Al pedirle permiso al obispo de Imola para predicar en su diócesis, éste le contestó de forma un tanto brusca: «Hermano, para predicar a mi pueblo me basto yo solo.» La ter– quedad humilde de Francisco, entrando por otra puerta y haciéndole la misma petición, consiguió la licencia que deseaba (2 Cel 147). Esta sumi– sión no se reducía únicamente a los obispos, sino que llegaba al último párroco, por pecador e ignorante que fuese (Test 7). También es verdad que la luc'ha contra la herejía había hecho surgir una nueva modalidad de predicadores itinerantes, al servicio directo del papa y que contaban con su apoyo. Sin embargo, Francisco no quiere servirse de este privilegio, por confiar en .el poder absoluto del Evan– gelio. Este recurso a Roma no debe hacerse tampoco «por persecución de sus cuerpos». La Leyenda de los Tres Compañeros narra las peripecias de la primera misión «por todas las partes del mundo católico». Los frailes, dice, eran recibidos en algunas provincias, pero no se les permitía cons– truir casas; de otras se les expulsaba por miedo a que fueran herejes, teniendo que soportar a causa de ello grandes tribulaciones por parte. de clérigos y laicos (TC 62). · Jordán de Giano cuenta también en su Crónica estos mismos i.I;i.cidentes con más detalle. La expedición enviada a Alemania en 1217, compuesta por más de 60 frailes, sólo conocía de la lengua el adverbio «sí». Ante la pregunta de si eran herejes, respondían con la única palabra conocida: «sí». Entonces, dice Jordán, algunos de ellos fueron golpeados, otros

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