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34 J. MICÓ debe ponerse todo el empeño por mantener, aunque en fórmulas nuevas, la actitud menor de la pobreza. El problema resultaba conflictivo por la diversidad de ángulos desde el que se contemplaba. Lo que para unos era una exigencia del propio servicio a la Iglesia, para los otros era una traición a los ideales primi– tivos. La armonización de ideales y realidad será el punto que pesará siempre sobre la Fraternidad amenazando su propia descomposición. 8. Mando firmemente por obediencia a todos los hermanos que, en cualquier lugar donde estén, no se atrevan a pedir privilegio alguno a la Curia Romana, ni personalmente ni por medio de otros, ni para una iglesia ni para otro lugar alguno, ni bajo pretexto de predicación ni por persecución de sus cuerpos; sino que, cuando no sean recibidos en un lugar, márchense a otra tierra a hacer penitencia con la bendición de Dios (Test 25-26). El tema de este fragmento son las cartas de recomendación o privile– gios pedidos por los frailes a la Curia, con el fin de asegurar su autonomía tanto en el plano personal como apostólico. Los Espirituales hicieron de él su punto de defensa para combatir la necesidad de privilegios que propugnaba la Orden. Por su parte, los estu– diosos más radicales han creído ver en él la protesta de Francisco contra la política seguida por la Curia. El empleo del privilegio cómo instrumento de poder en el gobierno de la Iglesia era algo que Francisco no entendía. Por eso, y frente a una Curia burocratizada y poderosa al máximo, se levanta prohibiendo a sus frailes que colaboren en este tipo de eclesiali– zación, por creerla antievangélica. El Evangelio no necesita de apoyos humanos para hacerse valer, sino que le basta con la fuerza de Dios. Esta misma argumentación habían empleado los distintos grupos heré– ticos para enfrentarse con la Iglesia; pero, ¿Francisco pensaba también así? El Santo había presenciado, en los últimos seis años, la concesión de varios privilegios o bulas papales. Lo que habría que averiguar es si se hizo a requerimiento suyo, con su consentimiento o en contra de su voluntad. En primer lugar, podemos distinguir un grupo de privilegios, si es que se pueden llamar así, que miran a la autentificación del carisma de Francisco por parte de la Iglesia. En este sentido estarían las aprobaciones de las Reglas, tanto la de 1209 como la bulada de 1223, con todo lo que supone de permisión para el grupo de ciertas prácticas no comunes a los demás fieles. Dentro de este círculo deben colocarse también las bulas «Cum dilecti», del 11 de junio de 1218, y «Pro dilectis filiis», del 29 de mayo de 1220, en que, según nos cuenta Giano en su Crónica, los hermanos que fueron por primera vez a Francia, al ser interrogados si eran «albigenses», respon– dieron que sí, puesto que no comprendían qué era eso de «albigenses»,

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