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28 J. MICÓ primitiva, nos dice que, durante el día, aquellos que eran capaces de dedi– carse al trabajo manual o bien se paraban en las casas de los leprosos o bien en otros lugares honestos, sirviendo a todos con humildad y devo– ción (1 Cel 39; cf. TC 41; AP 25). La entrada de clérigos y letrados, sin conocimiento de oficio alguno ni acostumbrados al trabajo manual, descarta la suposición de que todos los frailes se dedicaban al mismo. La 1 Regla lo tiene en cuenta al ordenar a los frailes que saben trabajar, sigan ejerciendo el oficio que conocen, si no va contra su alma o la honestidad; para ello podrán tener las herra– mientas e instrumentos oportunos (1 R 7, 2. 3. 9). Más adelante, nos da una división tripartita de la Fraternidad en cuanto a sus ocupaciones. Hay hermanos predicadores, contemplativos y trabajadores (1 R 17, 5). No sabemos si esto era permanente, sobre todo la contemplación, o se tomaba según las necesidades de cada uno. De todos modos, no debemos proyectar nuestro concepto de trabajo manual a la primitiva Fraternidad. Siendo itinerante y no estrictamente laical, difícilmente podía concebir el trabajo como algo que debiera organizarse dentro de un cuadro preciso. El tra– bajo manual tenía para ellos una resonancia apostólica que formaba parte de la vida global, pero que no constituía una ocupación continua y exi– gente. Contrasta la insistencia de Francisco en el trabajo manual y el poco interés de las fuentes por presentarnos al Santo trabajando. Solamente Celano, y en su Vida JI, dice que se ocupó durante una cuaresma en tra– bajar un vaso de madera con el fin de estar siempre provechosamente ocupado (2 Cel 97). El trabajo manual sigue perteneciendo al ideal de la Fraternidad y forma parte de sus actividades, pero con toda seguridad eran los frailes más sencillos, los únicos que sabían y podían trabajar, los encargados de mantener este ideal. El hecho de que la figura de Fr. Gíl nos haya llegado como prototipo de trabajador manual, indica que no era tan ordinario como quisiéramos esta clase de ocupación (1 Cel 25). La progresiva organización y orientación de los frailes hacia el minis– terio desplazaba esta faceta laboral. La Regla lo considera ya como una gracia dada por el Señor, concediéndole la única finalidad de evitar el ocio (2 R 5, l. 2). La restricción existente entre las dos Reglas es evidente, lo cual es un síntoma del abandono que había sufrido el valor del trabajo. Por eso, Francisco trata de expresar, ya por última vez, su pensamiento sobre el particular, apelando a los inicios, en vez de ir a la Regla. El deseo de un moribundo, recordando su «trabajo con las manos» y pretendiendo hacer lo que ya le es imposible, cobra un dramatismo excep– cional, al mismo tiempo que refleja su aprecio al valor del trabajo en la Fraternidad como algo insustituible. A la ejemplaridad del «yo trabajaba», sigue el «quiero firmemente que todos trabajen». Aquí rompe Francisco el carácter excepcional del trabajo para convertirlo en ley general. Lo que en las Reglas aparece como una cualidad o un don, aquí se impone como

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